Son las doce y el sol pesa ya como plomo fundido, le cae sobre la cabeza, le funde el cerebro, le resbala en goterones por los hombros y la espalda y se convierte en riachuelos que empapan la camisa y dejan señales de sal en la piel y la tela...
Irina se incorpora un poco, mira hacia delante y ve que el surco de tierra que espera la simiente es aún larguísimo, que llega hasta un infinito ardiente y polvoriento cuyo final nunca ve hasta que lo alcanza, y cuando llega cambia de surco e inicia el camino paralelo, andando en dirección contraria hasta el infinito del otro lado del invernadero... Va dejando caer semillas con movimientos automáticos: coge un puñado de la bolsa que le cuelga de los hombros, deja un poco en la tierra, tapa el hoyo, avanza un paso, deja otro poco, tapa, avanza, coge más semillas de la bolsa, deja otro poco, tapa, avanza... No oye los coches que pasan por la carretera de al lado, no mira a los compañeros de trabajo que avanzan como ella, fatigados, cargados con los sacos y con el peso del sol...
¿Cómo traspasar la realidad? El cielo de plástico no tiene fisuras por donde el alma pueda escapar. Soy lo que estoy haciendo ahora mismo, se dice, recordando algo de las filosofías existencialistas, mientras empieza una nueva fila. Los riñones le estallan. El capataz dice que aligeren si quieren parar a las dos para el bocadillo y todos aceleran el ritmo un poco más...
Hoy ha podido salir antes porque acabaron pronto. Ha tenido tiempo de preparar una cena digna de un aniversario: el suyo. Hace ejercicios con los dedos, pese a tenerlos embotados; saca las partituras y espera a que llegue Piotr. Si no está muy cansado, le propondrá que esta noche toquen algo alegre, alguna de las primeras sonatas de Mozart, por ejemplo.
Cuando llaman a la puerta, Irina sonríe y enciende la vela que está en el centro de la mesa. El encargado del almacén donde trabaja Piotr y los dos compañeros no se mueven del portal. Dicen algo sobre la caída, sobre el conductor del camión que al acercarse marcha atrás al muelle de carga no vio a Piotr en el suelo... Es tan impensable lo que oye, tan inverosímil y despiadado, que Irina deja de escucharlos. Sopla la vela y sale con ellos.
Los violines se quedan fuera de las fundas, delante de los atriles preparados.