viernes, 25 de febrero de 2011

Carta

Querido Y.

Te escribo para decirte que se ha producido una desconexión en el sistema, no en el informático, que ese parece seguir bien, o en su línea absurda de funcionar o no a su antojo. Me refiero al sistema de pensamiento nuestro, al sistema de entendimiento entre nosotros, ese "desconocer" del que hablábamos antes.

De pronto me vi sola aunque estabas conmigo y te pregunté si estabas, pero era yo quien no estaba, desaparecida en pleno batacazo emocional, desconectada por pura incomprensión de las claves de comunicación básicas.
Me he llevado un rato esperando que esta máquina se pusiera en marcha y, claro, ahora ya no estás. Incapaz de ver mi proceso, has hecho el tuyo y has desaparecido también, no sé dónde...

Esta carta quiere seguir los derroteros que has tomado; pero sé, presiento fuertemente, que no podrá ser, que ya estoy fuera de tu esfera de intereses.
No puedo entender hoy, mañana quizá sí; quizá mañana caiga el muro que me impide ver. Aunque preferiría el olvido al entendimiento, francamente, cobardemente, tontamente, tristemente...

Entiendo bien a los lotófagos.

Llega un momento en que no podemos avanzar por determinadas sendas...

No divago más. Siento esta caida, lo siento mucho por mí misma que me quedo sin saber qué pasa, sola y esperando encontrar flores de loto.

Hasta pronto. A.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Dimezzata


Esta mañana entré a formar parte de una red social de estas que hay por el mundo virtual, una red con objetivo literario a la que me "condujeron" unos amigos. Llevo toda la tarde, desde que regresé a casa, recibiendo invitaciones de amistad y algunos comentarios agradables de tipo general.

Ahora creo que entraré en una especie de disociación de personalidad o algo así: escribré en plan autista en este cuaderno, y podré hacerlo en el otro sitio a sabiendas de que algunas personas me leerán y comentarán mis textos.

¿Haré distinciones entre esta parcela y la otra? casi seguro que sí, que escribiré cosas distintas en cada sitio, ajustándome allí a lo que se vaya tendiendo y aquí a lo que tienda mi único capricho, o mis necesidades del momento.

Está bien tener varios puertos a los que amarrar. O eso creo.

Recovecos


El olor a alcanfor de las mantas dobladas
el recuerdo voraz de polillas hambrientas
la puerta que nunca cierra el armario
el chirrido de un somier desvencijado.

El trabajo tenaz de la carcoma,
la llave que no encuentra cerradura
la ropa que hace mucho no se estila
-antigua desde hace lustros-
 
La boria que sube del mar
las losas mojadas del patio
-verdín de los años-
el polvo en los muebles
las cenizas...
 
 
Doblo el tiempo por las puntas
como si fuese un pañuelo
para encontrarme en el cruce
la vida dejada antes
la gente perdida entonces
la niña que fue tejiendo
la vida que ahora me pongo.
 
Esa otra punta perdida
cuando las llaves tenían función
las bisagras giraban
engrasadas,
la ropa olía a membrillos...
 
Y las polillas estaban lejos
en otras casas cerradas que olían a alcanfor.

domingo, 20 de febrero de 2011

Vientos de febrero


El viento era tan fuerte que las gaviotas, enloquecidas, se refugiaron en el porche de mi casa. Yo estaba comiendo mantecados de la pasada navidad, más que nada por no tirarlos pero también porque me gustan los dulces un montón. Con la puerta entornada miraba a esas aves que sólo me gustan de lejos y, por hacer algo y casi sin pensar lo que hacía, empecé a echar mantecados en el suelo. Caían los trozos y las rachas de viento cargadas de agua de mar los desperdigaban por el enlosado enseguida, mezclando las migas con hojas muertas de todos los arbustos cercanos, con agujas de pino, con juguetes de plástico olvidados en el jardín desde el verano anterior...

Pasé la noche escuchando esa especie de graznido que emiten las gaviotas y cuyo nombre desconozco, a menos que se llame graznido. Sabía que estaban en el porche refugiadas, me alegraba por su seguridad y me asustaban, todo junto.

Cuando salí al día siguiente, con unos vientos algo más llevaderos, las losas del porche estaban cubiertas de excrementos con olor a canela y ajonjolí. Las gaviotas se habían marchado; estaban, como siempre, en las rocas de enfrente, todas alineadas formal y disciplinadamente de cara al viento.

Les brindé mi primera taza de café y agradecí su compañía ruidosa.

martes, 8 de febrero de 2011

En espera

Al otro lado de la ventana el día está sumergido en un mar de leche. No veo las casas de enfrente. Las palomas del barrio se esconden en los pretiles de las ventanas, en balcones y tejados; algunas se han refugiado entre los tiestos de mis macetas, no vuelan desde hace rato y picotean desganadas las hojas de hierbabuena y del llamado falso incienso.

Frente a este día de consistencia lechosa tomo café muy caliente y muy amargo. Miro por la ventana sin ver más que el blanco húmedo mientras suena cerca, en un viejísimo transistor, "La suite del mandarín maravilloso" y Béla Bartók pone lirismo en esta plasta.

Como las palomas desvalidas entre los tiestos, siento que me voy parapetando entre muros de palabras perdidas, en profundas trincheras de palabras.
No me asusta la bruma fría pero mete en mi ánimo la punta helada de un carámbano.

Mañana estaré en la playa y el sol saldrá justo por delante de mi casa: primero los tonos anarajandos, luego el arco rosa sobre el horizonte plano del mar, y luego la bola entera de amarillo rabioso irá abriéndose camino cielo arriba, pintando la costa de color ocre y dando forma y dinamismo a las olas, que ya se verán entre azules y plateados. ¡Qué acontecimiento!... cotidiano, gratuíto, poco valorado.

lunes, 7 de febrero de 2011

Escozor


Mientras camino, voy pensando en la cualidad "alacranesca" de ciertas personas.
Una amiga de segundo orden, pero amiga al fin y al cabo, de vez en cuando se revuelve y me pica. No sé por qué lo hace, pero lo hace con una frecuencia tenaz y sistemática contra la gente que quiere o, al menos, con quienes se relaciona habitual y cordialmente. Por eso pienso que está en su naturaleza comportarse como un escorpión cuando se lo pide el cuerpo. ¿Necesita picar para ser?, no lo sé, sólo especulo desde una posición hoy dolida y asombrada aún.
Porque saber que esa es su conducta "natural" no me facilita, de momento, dejar de sentir aprecio por ella y por algunas de sus otras características. Voy pensando que mi estrategia de protección será alejarme de su guisque: el problema es saber a tiempo cuándo debo hacerlo y tener reflejos rápidos.

Pero hoy me escuece esa pequeña mordedura tan sin sentido.

Me iré fuera de mi ciudad unos días.
No tiene que ver con la historia del alacrán sino con la necesidad de volver a tomar contacto con el mar y con mi casa de origen. Miro mi caótico orden cotidiano que tanto me gusta cuando estoy en su centro. No puedo dejar así mis cosas y largarme. Mañana empezaré a recoger poco a poco mi particular estilo del desastre de las cosas. Lo primero será meter la guitarra en su funda, porque ahí fuera está pidiendo a voces que la toque y yo apenas la oigo; guardar las partituras desperdigadas, buscar bajo la cama y los muebles papeles pentagramados (no existe ese verbo), ordenarlos y meterlos en una carpeta; no me los llevaré conmigo, así que los dejaré en reposo. Libros, eso sí, encontrar algo que me interese lo suficiente para meter en mi mochila y cargar con ello.

Siento de manera equivalente el peso aplastante de la absurdidad y el tirón fuerte de la vida. A igual distancia entre ambas realidades, elijo emerger a tomar aire.

domingo, 6 de febrero de 2011

Nada

Me resulta familiar una relación de amistad que tengo, pero no es un dejà vù sino un recuerdo de algo que fue.
Determinados comentarios, palabras, reflexiones, discusiones incluso, traen a mi presente un pasado muy cercano, y ponen ante mi vista el mismo futuro: ninguno.
Ahora ahogo, antes de que surja, lo que aquella vez nació sin vocación de futuro. Y sin posibilidad.

Empiezo cosas que me cansan y me perturban, no tiene sentido nada de lo que hago últimamente, o casi nada. Quiero mirarme con cierta compasión. Me canso de andar como un burro en la noria, con los ojos vendados y girando siempre en los bucles de los que no sé salir, caminando a ninguna parte y para nada de interés.
Tengo que pensar en esto.
Pero ahora no, ahora estoy cansada.

sábado, 5 de febrero de 2011

Volver al sueño.



Entro en una casa que sé que es mi casa de la playa, todo está perfectamente reconocible y al mismo tiempo resulta extraño y como fuera de sitio: el cajón de los cubiertos lleno de aserrín, un pasillo largo que hace varias revueltas se encuentra lleno de cajas y de bolsas de plástico vacías. Yo me voy enfadando por momentos, le digo a mi hija que no ha cuidado bien la casa; luego me doy cuenta de que la responsable de eso es mi hermana, que la ha alquilado a unas personas extrañas.
Hay habitaciones desconocidas, algunas tapiadas, y por los desconchones se ve que eran baños. Me siento extraña, inquieta, pienso a la vez que tendría que poner un mensaje a Y. para que sepa que estoy por ahí. Entro en la parte alquilada y está llena a rebosar, en toda su capacidad, en armarios y encimeras, de bombonas metálicas de gasas, bateas, material quirúrgico y enfermero. Entonces aparece un muchacho que dice ser el inquilino, es enfermero y ha montado allí su consulta, se ve muy relajado y me cuenta que hace acupuntura y otras técnicas de medicina tradicional china, sonríe y yo me voy calmando del disgusto por la pérdida de la casa.
Salimos por una puerta que da al mar, que está a unos tres metros del porche, es una costa arriscada y se ven algunas personas por entre las rocas, me parece que son muchas más de las que debieran, por lo escabroso del terreno. Andamos unos pasos y encontramos una laguna profundísima que se abre entre las rocas, es amplia, redonda y transparente, y está llena de peces que parecen sargos y se mueven en una especie de danza lenta. La gente trata de capturarlos con sombreros, cestas, las propias manos…Yo también quiero coger uno con el bolso que llevo colgado, pienso que se lo llevaré a mi abuela para la cena. Pero mi amigo me dice que no lo haga; le digo que me quiero bañar allí, en esa transparencia, me apetece mucho, pero también me disuade de hacerlo.
Volvemos a la casa y estamos tumbados en una cama, vestidos, hablando tranquilamente de cosas de la vida normales, me propone que hagamos juntos algún trabajo de jardinería, dice que aunque vivamos lejos podemos hacerlo a través de la red; yo no lo veo claro, pero me siento muy a gusto y ya me da igual que la casa se haya transmutado. Siento una gran paz.
Los maullidos de un gato me molestan, no cesan, tienen un aire muy lastimero y me producen una gran desazón. Entran al fin en mi consciencia y es el pobre Rasputín pidiendo su comida, que se me olvidó dejársela. Me despierto molesta por este sueño que empezó a disgusto y acabó con una sensación de paz muy agradable.
Pongo comida al gato y vuelvo a la cama. Espero volver al sueño para encontrar la parte de paz que me proporcionó.

jueves, 3 de febrero de 2011

Viento de desencuentros


Los malos entendidos son algo curioso. A veces hasta resultan interesantes. Uno dice, otro entiende...Y el mensaje primigenio queda inmediatamente desposeido de su valor inicial, alrededor de él se construye todo un mundo de interpreteciones que tienen que ver con el sistema de pensamiento del emisor y del receptor, más que con las palabras enunciadas. Con el pensamienro, pero mucho más con el sentimiento, con todo el entramado de emociones, adhesiones y contradicciones que algo dicho puede desencadenar en uno o varios oyentes. Sin olvidar el contexto, y sin olvidar el momento personal de cada "actor"...  Muy complejo el asunto de la comunicación.
No sé por qué me levanto pensando en esto, o quizá sí. Anoche tuve esa sensación de no estar siendo entendida y de no entender a mi vez, de tener una conversación que se desarrollaba en distintos niveles, pero niveles paralelos siempre, de modo que seguir y tratar de encontrar el punto de convergencia para comprender me pareció un esfuerzo tan grande y de tan dudosa eficacia, que lo dejé estar.
Queda siempre en el fondo la sensación de soledad.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Tanteando siempre


Intento una vez más entender el mecanismo de este engendro. Estoy decepcionada por no saber entrar nunca en mi propio cuaderno. Llegar a una nueva entrada es algo brumoso que se me escapa cada día: no encuentro las llaves para abrir, ni la cerradura.
No es que tenga nada importante que decir, de hecho lo mejor sería no decir nada; pero es que me desespera que un cuadrado en blanco se me escape siempre. Debería fijarme en lo que hago cuando consigo entrar, para la siguiente vez, pero parece todo tan fácil...
Francamente, no sé para qué quiero yo esto. Bien, otra vez he conseguido entrar.



martes, 1 de febrero de 2011

madreselva


Yo, que pensaba que sería un viaje de tintes poéticos a la casa de mi historia, vuelvo inmersa en prosa desatada de un lugar que no me acoge con la cordialidad de siempre, o con la que esperaba ser recibida: mi casa estaba fría de ausencias, y como rencorosa.
Dos palmeras tronchadas por el tallo, algo que nunca pude ni suponer que sucedería en esos árboles de troncos gordos y bien afianzados en la tierra, la jacaranda rota y con un destello de ramita nueva queriendo renacer, una buganvilla que rompe las vallas y otra que se resiste a vivir, un columpio inundado de madreselva que había servido repetidamente (por su aspecto) como paritorio de gatas...Ya veis, apenas duré allí unas horas y me largué a instalarme a otro lugar. Me acompañó de todos modos una tristeza imprecisa y pesada que ha remoloneado varios días.

Cuando regrese, pronto, me haré con la situación por el sistema de limpiar todo ese aspecto de desolación vegetal.

Café primero

No sé el frío que hará fuera, ando aún en pijama y jersey y arrastrando mi segunda taza de café como si fuera la tabla de salvación de hoy. Siempre me levanto igual últimamente, tendré que empezar a pensar que necesito un encuadre firme que me permita despestar sin preguntarme qué hacer ( perdón, padrecito Lenin, por vanalizar tan magna pegunta).

Y a todo esto, no pienso que me acomete un súbito ataque de melancolía o similar, no; es más bien una especie de despiste esencial, o de retardo en saber orientarme cada día. Y casi lo consigo en cuanto el chute de cafeína llega al cerebro y enciende las pocas luces que haya disponibles por ahí... Me rio al imginar la restricción de esas luces, porque pensando en la subida brutal de las eléctricas, hasta esas luces dudosamente razonadoras habrá que apagarlas y empezar a pensar a oscuras y a plazos.

Porque soy de mi confianza, porque me puedo leer a sabiendas de que no me asiste una locura mucho más extravagante que la del resto de los mortales, porque se me ocurren pamplinas a paletadas y las nombro; por todo ello, y porque aquí está este espacio en blanco, a modo de carta me dirijo al tun tun esta andanada de tonterías. Para recordarme.
Y por todo ello, me disculpo: es la edad, es el tiempo, "la culpa es de las lilas, que no florecen...".