Anoche soñé contigo, mi innombrable.
Porque sé que no me leerás puedo decírtelo.
Mi corazón, este disparatado patio de vecinos, abrió su puerta (creí haberla cerrado bien) y dejó que entrara tu presencia casi olvidada, tan difusa ya que apenas la distingo de otros fantasmas.
Soñé que hablábamos de cosas importantes y sencillas: la gracia que nos hacen los niños, los fallidos ejercicios de guitarra, el borboteo de la olla de sopa en la cocina...
Tú tenías una mirada dulce y una voz apacible y yo sentía, pese a todo, una cierta inquietud, como si de un momento a otro una de las golondrinas que se alojan en el cajón de la persiana, fuera a salir volando con nuestra felicidad, la tuya, la mía y la de todos, camino del sur más inalcanzable.
Anoche soñé contigo y te eché de menos.
Hoy he limpiado los rincones de este patio y he vuelto a asegurar la puerta anti-nostalgia. He abierto todas las demás, he tendido ropa limpia sobre los cordeles de la memoria y el viento ha traído la vieja música del mar.
Anoche soñé contigo, pero ya ves, hoy mi corazón se vistió de fiesta.