viernes, 27 de abril de 2012

Equilibrios



Tan arriesgado es querer llegar a tu puerta como decidir no escribirte más...
Pospongo la decisión y trato de dar esquinazo al olvido a través de trucos tontos. Hay quien sabe sacar cartas de la manga, otros sacan conejos y palomas de una chistera... yo misma  parezco sacada de una chistera.

Escucho flamenco en la radio y voy siguiendo el compás dejando que mi alma se acople a los distintos palos; nunca he sido capaz de entender este cante intenso que me llega a lo hondo, me impregna la piel y se me clava a lo más profundo del sentimiento.
El lamento de una soleá del Cabrero me pone los pelos de punta, una carcelera me estremece y lloro por alegrías...

Me empeñé durante un rato, tras despertar, en seguir en el limbo del semisueño y por ahí anduve un rato, entrando y saliendo de sueños extraños mezclados con retazos de pensamientos como flashes, todo ello en tonos grises muy incómodos. A duras penas he conseguido despertar del todo para llegar a la cocina a preparar café y ver por la ventana que hay colores persistentes.
Amenaza lluvia.
Los colores se desvanecen, nuevos grises llegan por el oeste...



miércoles, 25 de abril de 2012

Oigo pasar la vida...


                     ...y oigo pasar la vida como quien pone la radio...”
                                                                                                         L M Panero.


En la segunda rotonda a la salida del pueblo se mató Steve.
No sé quién es Steve, pero sé que se ha matado ahí porque hay indicios: ese nombre -Steve- escrito con spray de color negro y unas flores pintadas en  papel de muchos colores  rodeando, como una corona pequeñita, la palabra Steve...

Cuando paso me fijo en la rotonda y pienso en el pobre Steve, que debió estamparse en la farola del centro, porque otro obstáculo no hay allí para matarse.
También me doy cuenta de que cada vez hay en este lugar más recuerdos para ese Steve desconocido: manojos de romero, flores silvestres de temporada (margaritas, fundamentalmente), puñados de tréboles, algunas ramas de siemprevivas o de mimosas...

Pienso que Steve se mató una noche volviendo de juerga, que no vio la rotonda, una de los cientos que han hecho en los últimos años y que sirven, sobre todo, para mantenernos a marcha lenta entre una y la siguiente y la siguiente... ad infinitum. Quizá Steve tenía prisa, quizá no la vio y sólo se enteró de su presencia cuando dio contra la farola, quizá tenía ganas de quedarse allí. Quién sabe.

Ahora la farola está llena de papelitos doblados con mensajes a Steve, de flores de papel y de plástico, de dibujitos naif con corazones a modo de festón... y su nombre se repite en spray alrededor de la rotonda bordeando el filo de cemento y grama.

Creo que ninguno de los “mensajeros” conocía a Steve, como no lo conocía yo, y me dan ganas también de dejarle un mensaje en la farola cogido con celo. Es que una vez iniciada una costumbre, se hace enseguida ritual.

Me recuerda ese monumento a la memoria de Steve el homenaje permanente a Jim Morrison. Cuando estuve en París, hace tanto tiempo, fui ritualmente a la tumba de Jim, cuya posición venía señalada con flechas desde antes de entrar en el cementerio de Pere Lachese. Pues eso, salvando todas las distancias salvables de tiempo, espacio, prestigio y lo que haga falta salvar, el pobre Steve y su farola en mitad de una carretera de tercerísimo orden, me ha recordado el monumento funerario de un grande de nuestra mitología y mitomanía.



sábado, 21 de abril de 2012

Fragmento


... Son esas raras circunstancias que hacen que en un momento y en un lugar, fruto de una casualidad remota e improbable, surja lo increíble, un rayo verde...

"...un verde que ningún artista podría jamás obtener en su paleta, un verde del cual ni los variados tintes de la vegetación ni los tonos del más limpio mar podrían nunca producir un igual! Si hay un verde en el Paraíso, no puede ser salvo de este tono, que muy seguramente, es el verdadero verde de la Esperanza!"

viernes, 20 de abril de 2012

Cumpleaños

Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en el aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.

Ángel Gonzalez

jueves, 19 de abril de 2012

Dolor de cabeza



Catalina aparece en mi casa a primera hora. Me pilla en pijama y con cara de mala noche, se sienta y me dice que el viento la va a volver loca, que si tengo algo para la cabeza. Le alargo un sombrero de paja que está en la percha de detrás de la puerta, pero no le hace gracia la broma y me mira con reproche por mi incomprensión. Me disculpo avergonzada y voy al dormitorio a buscar algún analgésico. Paso por la cocina a apagar la vitro. 

Salgo con la caja de pastillas en una mano y la cafetera ardiendo en la otra. El olor del café me alivia y espero que a ella también. Saco tazas, leche y azúcar -el azucarero lleno; a Catalina le gusta todo muy dulce, se pone azúcar en el café hasta alcanzar el punto de repugnancia- 
Mientras le va echando cucharadas y removiendo me lo cuenta de nuevo. Dice que si le gusta tan dulce es por no haber tenido azúcar durante los años de postguerra, que se endulzaban el café -cuando tenían suerte- con unos caramelos de menta llamados pistolines. Claro que el café era también un sucedáneo: achicoria, o malta, o zurrapas de otros cafés... Siempre que viene a tomar café o manzanilla me cuenta la misma historia de esa antigua carencia como si fuera nueva, yo la escucho con casi la misma atención siempre. Me enternece su glotonería atrasada. 
Luego me cuenta algo sobre una contrariedad doméstica de su hermana (¿o era de su hija?); opina que debería blanquear mi fachada antes de que se nos meta de lleno el verano; se queja de lo tarde que le han dado la cita para el especialista de la rodilla; me explica lo que piensa hacer de comer hoy, con todo detalle...

Y en eso suena el bocinazo de la furgoneta del pan y sale corriendo a coger su barra, diciendo al levantarse que hay que ver lo tarde que se le ha hecho por mi culpa. 

Veo que los analgésicos están en el mismo sitio, intactos en sus cubiertas de papel metalizado. Salgo con el blíster en la mano para dárselo: Catalina se ríe a carcajadas con alguna broma del panadero y sé que ya no le duele nada. Entro, me sirvo otro café, amargo y casi frío, y me tomo dos de esos comprimidos que mi vecina ya no necesita. 

Es verdad que el Poniente en esta tierra nos trastorna mucho las cabezas.

miércoles, 18 de abril de 2012

Silencio


Bajo el influjo de la tormenta escribo una carta.
Cuando la meto en el sobre me doy cuenta de que esa carta contiene silencio, un silencio absoluto.
No va en blanco el papel, no es eso. 
Son dos folios escritos casi completos. 
Son muchas palabras ordenadas en frases 
gramaticalmente correctas y precisas. 
El contenido es coherente, todo tiene sentido...
Y sin embargo en ese sobre he metido unos folios 
llenos de silencio...

lunes, 16 de abril de 2012

El monstruo de tantas vidas


Después de varios litros de tila, un montón de chocolate 
y un puñado de tranxilium, me acosté 
y conseguí permanecer quieta un rato... Muy quieta. 
Luego me dormí.

Entonces el monstruo
metió los dedos en un enchufe y se electrocutó
pasó entre dos trenes que iban a chocar y chocaron con él en medio
se cayó de un avión a 6000mt de altura y se espachurró
se ahogó en un lago de lágrimas
se clavó un dardo en la arteria femoral y se desangró
le dieron siete tiros desde una azotea cercana
lo apuñalaron en un callejón del puerto de Brest
y a pesar de todo eso seguía vivo...

Así que me desperté.

domingo, 15 de abril de 2012

Miedo



Debí echar a volar con la única pluma encontrada.

Hoy me miré al espejo y me di miedo.
Me encontré habitando un territorio fragmentado y maltrecho. 
El monstruo de crueldad y violencia que se agazapa 
alrededor de mí,
hoy saltó tan cerca que me hirió de muerte...

¿Dónde se aprende a amar?
Quizá ya es tarde...

Me miro y me da miedo.

Despertar


Voy recogiendo plumas perdidas de aves marinas
me las quiero pegar a la espalda
a lo mejor puedo volar si tengo las suficientes...

viernes, 13 de abril de 2012

Algeciras



Al entrar en Algeciras me equivoqué de carretera y me metí en una que llevaba al puerto. De pronto me encontré con el coche dando vueltas entre enormes grúas, camiones, contenedores mastodónticos y un caos de gente y ruidos... Los barcos de carga se alineaban, grises sobre grises, tapando la línea del horizonte. 
Me entró pánico cuando llevaba más de diez minutos sin poder orientarme en aquel disparate, hasta que vi un indicador de salida a una calle cualquiera, desconocida para mí como toda esa ciudad... salí por allí. 

Luego seguí perdida por calles y plazas, pregunté mil veces por la estación, me decían la situación con datos y referencias claras, me enteraba, salía a hacer ese recorrido que creía definitivo con cierta esperanza y, al cabo de unos minutos, me daba cuenta de que, nuevamente, me había extraviado. No encontraba la estación de autobuses aunque desde algún punto en que pregunté alguien me señaló la torre y me dijo que era allí. Después de muchas vueltas, finalmente llegué.

Llegué tarde a la cita. En la puerta de esa estación semifantasma no estaba él esperándome. Paré el coche y salí corriendo con la esperanza de encontrarlo dentro, sentado en la cafetería o en un banco de los andenes... pero no estaba. Cogí el teléfono, miré su nombre y su número, lo dejé de nuevo en mi bolso. Unas chicas llegaron en moto, se reían a carcajadas. Me metí en el coche y salí despacio de esa calle, di unas vueltas pensando qué hacer y, como ya me daba igual el tiempo, paradójicamente salí sin problemas a la carretera. Vi el indicador de Tarifa y sin pensarlo me fui allí.
Sabía que ya esa noche todo me daba igual. 
Sabía que al día siguiente todo sería importante y sabía lo mucho que echaría de menos muchas cosas.
Sabía que las oportunidades perdidas son resentidas y no llamarían de nuevo a mi puerta, y que la iban a olvidar. 
Sabía que la sangre va por arterias rojas y sabía que esas arterias no se deben abrir.
Sabía que al día siguiente necesitaría un bolígrafo enseguida para escribir cosas que no le interesan a nadie, ni a mí misma, pero que lo necesitaría como la sangre que no dejo salir y como la linfa que no sé qué hace ahí dentro. 
Sabía que mis mensajes telepáticos no traspasaban la pared del cuarto de hotel barato, desde donde veía las luces de Tánger encenderse entre mis dedos abiertos en los cristales.

A los dos días volví a casa, llevaba conmigo el frío más polar.

Conté una historia falsa sobre una interesantísima reunión de ornitología que nadie se creyó.

Solté mi carta en el agua antes de dejar Tarifa, justo en el punto en que se unen y se separan Medierráneo y Atlántico...
Allí seguirá, presa de corrientes enfrentadas, deshecha ya, plancton de tinta y celulosa...


martes, 10 de abril de 2012

Encuentro en Nueva York


Nos hemos encontrado de nuevo, ahora en Nueva york.
Tú feliz con tu chica de al lado, viviendo

entre la sorpresa y la admiración. 
Ella tan joven y alegre, tan confiada
con sus piernas de niña enfundadas

en medias marrones de dibujos geométricos
y sus pies pequeños y libres.
Tú llevas en la mano sus zapatos casi escolares 

con devoción un poco avergonzada.
Vivimos todos juntos -somos cinco-
en una esquina del plano de la ciudad, la superior derecha.
Me muero de pena mientras miro tu felicidad discreta, 

tu escepticismo gozoso con zapatos en la mano 
y el amor concentrado en la mirada.
Ella es preciosa. 

Yo caigo en un charco de tristeza infinita
mientras busco otro lugar para vivir, uno que esté lejos,
donde no me llegue el eco vivo de las emociones.

Me despertó el reguero salado que me llegó a los labios.





domingo, 8 de abril de 2012

He perdido un árbol


La gente pierde cosas continuamente. Es lo normal.

Se pierde fácilmente una entrada del cine, monedas, la cita del médico, el carnet de identidad, la cartera, el bolso, las llaves de casa y, por supuesto, se pierden gafas y paraguas todos los días... 

Yo hoy he perdido un árbol. No era gran cosa como árbol, es verdad: no era un ficus frondoso de los que dan sombras amplias y frescas, ni una palmera que rozara el cielo con sus grandes hojas de dedos abiertos, ni un ciprés solemne, ni un limonero brillante y alegre... No, es cierto que no era un árbol de buen porte en el que alguien extraño reparara y pudiera alabar.

Era una acacia escuálida de ramas vencidas, con cortezas pardas descascarilladas en su tronco, con hojas de un verde grisáceo, como tristonas, que caían con la brisa más breve... 
Era un árbol de tierras duras y se había endurecido, como sus hermanas del jardín.

Estaba en plena floración amarilla. 

Noté algo extraño al sentarme esta mañana con el café en el banco del jardín, y enseguida me di cuenta de su ausencia porque eché en falta su sombra desgalichada entre las otras. Entonces vi el muñón recién cortado, astillado en tonos ocres y rojizos, como sangrantes... Me asomé a la baranda y vi a Alonso, el jardinero que a veces viene a limpiar, alejarse calle abajo arrastrando ese árbol... Parecía un Cristo cansado, con el tronco al hombro y barriendo la calle con las ramas llenas de flores de la vieja acacia, que a su paso iba dejando un reguero de polvo amarillo en el asfalto. Le pregunté por esa tala y me dijo que el árbol estaba enfermo y estropeaba la tapia, que no servía para nada, que mejor así, que uno menos... No pude contestar nada.

Al girarme para entrar en la casa a poner otra cafetera, tropecé en el tocón herido y caí de rodillas en la grava. Me hice varios rasguños.

Hoy he perdido un árbol. También he perdido su sombra pequeña. 

jueves, 5 de abril de 2012

A veces


A veces la vida me besa.
Raramente sucede, pero sucede alguna vez.
Cuando eso pasa, de pronto me sorprendo pensando que vale la pena ser quien soy, pese a todo.
Encuentro algunos aciertos en mis montones de errores, y hasta puedo creer que muchos de esos errores fueron de los mejores aciertos.
Puedo considerar que son ventanas a la esperanza los agujeros devastadores de mi alma.
Que mis derrotas no son tan estrepitosas, ni mis fracasos tan definitivos.


(Entre el humo de la chimenea -que no tira bien por efecto del vendaval- y las cebollas que he troceado, no paro de llorar. 
Pero hace rato que dejé las cebollas en la sartén, y ahora el humo  sube vertical, chimenea arriba, a su salida. 
Y yo sigo llorando.
Pero a veces la vida me besa y entonces...)