Se llamaba Amelia y era mi amiga.
Tenía la asombrosa y mágica capacidad de transformar el mundo a su alrededor a golpe de sonrisas, de besos y de abrazos. Iluminaba las mañanas, hasta las más oscuras, despertando al sol con sólo desearlo. Teñía del añil de su mirada el cielo más gris de los inviernos de Granada.
Cuando la conocí, supe que había personas así de necesarias; personas capaces de contagiar alegría como quien contagia una gripe, expandiendo el virus a diestro y siniestro, sin miramientos... y eso lo sabía hacer Amelia en los momentos favorables y también en los más adversos.
Algunos decían que estaba tocada por el prodigio de no saber sufrir, pero no es cierto. No es que ella no supiera sufrir: sabía, y sabía hacerlo muy bien. Conocía el dolor. Pero lo toreaba con un capote inmenso de humor y de bondad...
Un día miró el cielo y dijo: si tuviera alas... y yo sentí que el corazón me crujía con un chasquido premonitorio.
Algunos días, el cielo tiene el tono exacto de sus ojos azules.
Estoy seguro de que hay personas así, aunque también sé que son excepcionales. Todos conocemos alguna, estoy seguro.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz fin de semana.
Son de las que Bertolt Brecht llamaba imprescindibles y somos afortunados por encontrarlas.
EliminarUn fuerte abrazo, Rafael.
Una historia preciosa, una narración hecha poema, un poema con alas, como las que deseaba Amelia. Enhorabuena.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado, Josep Mª.
EliminarTu comentario sí que es una preciosidad que te agradezco.
Un abrazo.
Sin pensarlo creemso que esas personas no se doblegan ante el dolor y a menudo, así es, pero llega un día en el que tanto dolor soterrado quiere liberarse y le salan alas alejando de nuestro entorno a esas personas tan necesarias.
ResponderEliminarNo se si estarás rindiendo homenaje si es así chapó, si no lo es, has plasmado de una manera latente, el dolor, el recuerdo y la nostalgia.
Besos de gofio.
Gracias por tu aportación, Gloria, eres muy amable!
EliminarEs el homenaje a una amiga a la quise mucho. La sigo queriendo.
Muchos besos.
Gracias por escribir.
ResponderEliminarMe emociona que digas eso.
EliminarMuchas gracias a ti, Pepe.
Qué hermoso, hermana, qué hermoso.
ResponderEliminarBesos, abrazos, sonrisas...
Enorme sonrisa, montones de besos, hermana!
EliminarY ese sentimiento de ser tan afortunada por tenerte cerca...
Qué bonito texto, cielo… y qué suerte poder conocer a una persona así. Por muy alto que vuelen, siempre habitarán en nosotros.
ResponderEliminarBesos y un fuerte abrazo
Esa foto la hice yo en mi pueblo y siempre me recuerda a ti y nuestras gaviotas del norte y del sur :)
EliminarCuando escribí lo de Amelia también me recordó a ti en cierta forma y entonces busqué la foto.
Mil besos!
Es una suerte conocer a gente así; hacen que la vida merezca la pena. Pero lo más importante es el poso que dejan en nosotros. Seguro que ahora sonríes más.
ResponderEliminarUn abrazo.
Siempre sonrío mucho, debe ser que he conocido a mucha gente con altas dosis de bondad. Porque es cierto, dejan su impronta en el corazón amigo.
EliminarGracias y un abrazo, José Antonio.
Jo! Cariño, qué pasada, cómo escribes de bien. Me ha encantado el texto, lo he sentido. Eso solo puede significar una cosa: tú haces literatura de calidad, que es la que se mete por los poros... despacito.
ResponderEliminarMua, muy gordísimo!!
Me alegra que te guste, escritora de verdad, y... que sientas conmigo es algo impagable: eso tiene mucho que ver con tu generosidad.
EliminarBesazos!!!
Sin palabras... no puedo decirte otra cosa. De verdad que hacen falta más personas así en el mundo.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias Miguel, me dices mucho...
EliminarUn abrazo!!