miércoles, 11 de enero de 2012

Edu


De vez en cuando me entra, como en una especie de arrebato, la necesidad imperiosa de actualizar cosas.
Por ejemplo, me pongo de pronto a tirar papeles que llevaban años en un cajón y que no estorbaban a nadie; o bien, me urge de repente deshacerme de una cámara de 8mm. que encuentro en un rincón del armario y que debe llevar ahí media vida; o necesito ponerme a emparejar calcetines y tirar los sobrantes -siempre me pregunto dónde pueden estar los compañeros de tanto calcetín solitario-

Lo más habitual, no obstante, es que me dé por actualizar agendas, y sobre todo las de los teléfonos. Si al buscar un número cualquiera, veo por casualidad un nombre que no conozco, enseguida me pongo a decirme que debería borrar algunos de esos nombres atrasados. Y me convenzo de ello rápidamente.

El otro día me encontré a un Edu; cuando estaba buscando a una Isabel, me pasó por delante el nombre y me fijé, así que cuando terminé de hablar con Isabel volví a Edu y empecé a pensar quién sería ese Edu, desde cuándo estaría entre mis conocidos, de qué podría conocerlo... Un Edu debería ser alguien bastante cercano, porque si no lo fuera estaría como Eduardo, y seguramente con un apellido añadido o alguna característica que lo identificara. Es curioso -me digo- tener un Edu por completo desconocido entre mis números de teléfono. Harta de darle vueltas al enigma lo borré y entonces, como por arte de magia -siempre, siempre sucede- a los dos o tres días, o una semana como mucho, me suena el móvil y veo un numero, contesto -yo siempre contesto todas las llamadas, no puedo evitarlo- y una voz confiada en su poder evocador me saluda eufórica:
  • ¡¡Hoooolaa...!!
  • Hola...
  • ¿Cómo estás, María? ¡Qué alegría escucharte, cuánto tiempo!
  • Bien, bien... ¿Y tú?
  • …..
  • …..
  • Ay, que me parece que no me has conocido... ¡¡¡SOY EDU!!! ¿No lo viste?
  • Hombre, Edu... qué alegría... ehem... Perdona, es que nunca miro la pantalla cuando cojo el teléfono, ya sabes lo distraída que soy...
En fin, hablamos un rato y terminamos la conversación sin saber yo quién es Edu y sin atreverme a preguntarle, porque estaba claro que debería haberlo sabido. Nos decimos muy sinceramente que a ver si nos llamamos con más frecuencia y si quedamos cualquier día para vernos, incluso. Lo de siempre, vaya.

Entonces vuelvo a guardar ese número de teléfono y a ponerle Edu, por si dentro de cinco o seis años este hombre vuelve a llamar, para que me pille prevenida y al menos lo salude por su nombre.
Aunque seguramente cualquier día, dentro de unos años, me pasará que encuentre el nombre y, harta de especular con su propietario, lo borre.
Y entonces él me llamará de nuevo.

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