La doctora Levandowsky me da mucho miedo. Es algo instintivo. Es como si de pronto sintiera en mi espalda el aliento de Drácula, o como si el mundo se resquebraja debajo del hospital... Lo cierto es que, cuando me llaman a su consulta, se me eriza la piel y trato de escabullirme metiéndome en un lavabo, o en el cuarto de la lencería. Pero siempre me encuentran y me llevan a su despacho para que evalúe mi estado de salud. Yo trato de complacerla en todo: sonrío al entrar, me siento derecho en la silla, asiento a sus comentarios, contesto rápido a sus preguntas... Pero ella me mira con ojos de pedernal y me ve el cerebro y lo que yo pienso y, lo que es peor, ve mi miedo.
- ¿Por qué tienes miedo?
No quiero contestar a eso. Podría decirle que, por su culpa, anoche se suicidó una de mis más queridas personalidades, la más bohemia, la cosmopolita y casi nihilista personalidad que me acompañaba desde los quince años, cuando empecé a comprender que se podían tener muchas personalidades distintas sin ser infiel a ninguna de ellas. Podría decirle eso, pero ella entenderá que ese suicidio no es real, sino una invención de mi mente enajenada, y responderá despiadada, como siempre, aumentando las dosis de neurolépticos. Intento una salida.
- Anoche soñé que me suicidaba
- ¿Cómo?
- Me tiré por una ventana del séptimo piso
- Esas ventanas tienen rejas ¿cómo las traspasaste?
- Suicidé sólo mi alma, la saqué entre los barrotes y la dejé caer sin más... Hizo un pequelo plok al llegar al suelo, tan pequeño que nadie lo oyó
- Mientes... ¿Quién se suicidó anoche?
Es implacable Levandowsky. Un día la vi impertérrita ante una madre que lloraba desconsolada por su hijo enfermo; la madre se rompía de dolor y ella, Levandowski, ni siquiera parpadeaba, era una estatua helada, puro granito... Quise desviar por ahí.
- No se conmovió ante la madre de Pablo
- No debo perder la distancia terapéutica... ¿Qué pasó anoche?
Anoche se suicidó una de mis personalidades, le podría decir, aquella que lanzaba sobre la vida una mirada cínica y descuidada, la que tildaba de absurdos e intranscedentes los grandes afanes y pensamientos... Se suicidó, doctora, sin hacer un solo gesto de reproche, sin aspavientos, sin decorados apabullantes... Se despidió de mí echándome a la cara el humo de su último cigarrillo y se tiró por la ventana al patio. Plok.
Pero no le digo nada. Me da mucho miedo la mirada feroz de Levandowsky, y callo. Me manda de nuevo a la sala acompañado de un celador. Decido que esta noche suicidaré a otra de mis personalidades y así, una a una, acabaré con todas.
Sigo teniendo miedo.
Es un relato diferente pero lleno de sobresaltos en su lectura.
ResponderEliminarUn abrazo.
Espero que fueran sobresaltos agradables, pese a todo :)
EliminarGracias y un fuerte abrazo.
¡Santo cielo! De repente me han venido a la mente dos o tres personalidades que he perdido (espero que no se hayan suicidado) por el camino. ¿Será a eso a lo que llaman "hacerse mayor"?
ResponderEliminarBuenísimo, hermana, tiene razón Rafael en lo de los sobresaltos.
Abrazo enorme.
Tus personalidades no se suicidan, hermana; seguro que andan por ahí de picos pardos y cualquier día vuelven al redil :)
EliminarMuchas gracias!
Besos!!
Un buen relato, quedo intrigada con el suicidio del alma.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias, Rosa, me alegra que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.
Me has recordado a Amélie Nothomb. Me encanta ese juego entre la realidad y la ficción, entre lo lógico y lo ilógico. Gracias por compartirlo con nosotros. Un saludo desde Estonia.
ResponderEliminarNo conozco a esa autora que mencionas, pero voy ahora mismo al google. Gracias por tu opinión, Pepe.
EliminarBesos desde Sevilla hasta esa lejana república.