martes, 21 de febrero de 2012

Día que amanece despejado

 
Lunes, a este otro lado del mar.

Anteayer me llamaste. Lo hiciste por la tarde, a una hora tonta en la que siempre estoy desubicada entre la huída y el sueño.
Yo apenas me acordaba de ti esta semana, pero esa tarde, con tu llamada, me alteraste la tendencia: a partir de ella, ya todo me vuelve a saber descabellado e inútil... sin sentir la tristeza pura de antes, pero con un velo de neblina nueva que contamina las horas de nostalgia.
Te interesa saber cómo estoy, quizá hasta me echas de menos. A ti te noté como siempre, en tu línea de escepticismo ante los “dones” de la vida, pero expresando que estás bien, tirando, dices…
No lanzas cohetes, a lo mejor es la forma que tienes de no ahuyentar la dicha presente. Que tu relación -por la que no te pregunté en ningún momento- va como una montaña rusa, y que tú no estás acostumbrado a esos vaivenes, que necesitas tranquilidad. No aporto comentarios a esas cosas que desgranas en mi oído, salvo algún indiferente “así son las relaciones humanas…” en algún momento de tu exposición. Insistes antes de acabar en saber cómo estoy yo, con la fórmula vaga y esquiva -acobardada, parece- de “y por ahí qué”.
Te pregunto que si quieres saber cómo me siento respecto a ti, que si es eso. “Sí”, contestas rápido.
Entonces te cuento -y trato de que no percibas mis lágrimas mientras hablo- que estoy mejor, que me sentí más sola que la luna cuando te fuiste pero que la sensación de desamparo disminuye poco a poco.
Me dices varias veces que te escriba, te repito muchas más que no, que no te escribiré ni te llamaré, pero que contestaré siempre a tus llamadas y escritos: sólo eso, y nada menos. Pareces no entender del todo. Una vez más, argumento por qué no puedo, y de nuevo finges que lo entiendes sólo a medias; que entiendes que no quiera interferir en pactos ajenos y que te deje marchar sin hacer ruído, como quisimos siempre.
“Yo te escribiré”, repites una y otra vez, y tu voz en tan triste y tan tuya que me dan ganas de volver a quererte más que a nada.
Por eso corté la llamada: compréndelo, compréndeme...


Miro la carta y me obligo a darle al botón cancelar enseguida, corriendo, porque mi dedo errático se iba derecho al de envíar y es capaz de darle... Es una carta para borrar y borrada queda. En cuanto pueda la quito también de la papelera de reciclaje.
Salgo al porche con algunos libros de mis poetas favoritos a buscar los versos que me confirmen en mi estado de perdedora. Siempre me gustó la escenografía.

Es lunes, y el día amanece despejado.

 

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