"...Y fue esa noche cuando apareció algo ya inesperado: el viento. Creció en intensidad en muy poco tiempo hasta hacer crujir la madera de la cabaña. Era un viento racheado, violento; parecía que, entre una y otra ráfaga, tomara impulso para luego soplar con todas sus fuerzas sobre nuestra casa.
Las paredes de madera temblaban y crujían a cada racha, luego quedaba todo quieto y a los pocos segundos de nuevo otra racha igual o más fuerte nos sacudía. Nos asustaba medio en serio medio en broma toda esa fuerza descontrolada. Me preguntabas si la cabaña aguantaría, y yo pensaba que si esa cabaña había estado allí todos esos años porqué iba a caerse justo ahora. Te decía que la madera es flexible y por eso crujía...Yo tocaba las tablas de la pared que tenía a mano y notaba su movimiento.
Dormimos igual que el viento, a rachas.
El vendaval seguía igual de fuerte por la mañana, agitaba todas las hierbas y arbustos que rodeaban la cabaña. Estamos acostumbrados en la zona a la violencia de algunas ventoleras, pero esa vez fue un huracán inmisericorde. La arena nos golpeó al salir como ráfagas de metralla. Quisimos dar un paseo y su azote lo hizo imposible.
La costa de África se veía borrosa por el velo ondulante, mezcla de arena, lágrimas y bruma.
Cansaba tanto viento...
Resistir las furias de Eolo en una caja de madera sólo era resistible porque estábamos juntos..."
J.
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