lunes, 12 de noviembre de 2012

A cucharada limpia

(Cae la noche.
Imprimo el mail para releerlo mil veces más.)


Empiezo a comer con calma y a cucharadas pequeñas un bote grande de Nocilla, un bote de 500 gramos y dos colores. Al principio lleno las cucharaditas alternando el chocolate negro y el blanco: una negra, una blanca, negra, blanca, pero en cuanto me descuido sólo cojo del lado blanco, más graso y empalagoso. Sigo ahí, cucharada tras cucharada, excavando, con la eficacia metódica de un topo, una gran brecha que enseguida desequilibra la simetría inicial entre los colores. Cuado miro el bote, ya el lado blanco está llegando al fondo mientras que el negro sigue arriba, a un dedo escaso del borde. (Llegado a este punto, siempre me pregunto por qué no compro directamente la nocilla blanca, que es la que más me gusta.)
Termino la zona blanca y continúo escarbando en la negra.

Pero en pocas cucharadas más, ya, por fin, noto que el estómago está empastado, repleto, que rebosa esófago arriba en dirección a la faringe. Entonces paro y siento de verdad la pesadez de una piedra.
Me pongo a hacer recuento de calorías y concluyo que, caloría arriba caloría abajo, unos 300 gramos de ese producto me pueden haber proporcionado unas 1.500, es decir, casi la cantidad de energía total que necesito para pasar un día completo.
Ya puesta a arrepentirme a lo grande, me tumbo en el sofá a visualizar las grasas recorriendo mis arterias. Las imagino con pinta de un señor gordo y pletórico, sonriente, beatífico, con las manos sobre una inmensa barriga redonda. El señor se convierte en una multitud de señores todos iguales de gordos, de sonrojados, de sonrientes y de redondos. Caminan con dificultad entre las paredes arteriales y algunos empiezan a pararse, a adherirse. Los que vienen detrás tropiezan con los que ya se han parado y se van acumulando señores, sentados, recostados y tumbados, hasta que se acaba formando un autentico atasco en una o varias de las vías principales...
Una vez visualizada esta imagen de la hecatombe de mi sistema circulatorio, doy por finalizada la sesión de culpas, me hago una manzanilla que ayude a empujar el emplasto del estómago y me digo que debería ser algo más moderada.
En todo.

(Me doy perfecta cuenta de mis trucos.
Sin poesía y sin piedad construyo barricadas de endorfinas chocolateadas contra la angustia, un muro de grasas dulces anti ganas de llorar.
Intento tan hipercalórico como inútil: una gota cae lenta y estalla contra el cristal de la mesa. La siguiente acierta en el centro justo de la infusión, con un plick y varias ondas concéntricas.
Aparto la taza de la trayectoria de las lágrimas. Aliso el papel impreso. Me rindo).

8 comentarios:

  1. "Evasión, mirar para otro lado, enjuagar una lágrima..."
    Tierno relato María.
    Un abrazo en la noche.

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    1. Tierno y llenito de colesterol :)

      Esconder una tristeza bajo toneladas de nocilla es un recurso tan ingénuo...

      Un abrazo, Rafael.

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  2. No te rindas nunca. La nostalgia genera tanta adicción como la Nocilla.

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    1. Yo me rindo casi siempre e mis adicciones y a mis fantasías, José :)

      Un abrazo.

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  3. Maldito papel impreso. ¿Por qué no se perdería el contenido en ese mar nebuloso de los mensajes que nunca llegan a su destino?
    Beso.

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  4. Eso digo yo, con la cantidad de cosas que se pierden y justo llegan esas... La protagonista se hubiera ahorrado un mal rato y un bote grande de nocilla :)

    Que pases un buen fin de semana.

    Un beso.

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  5. El problema de la Soledad, es que jamás viene sola, viene acompañada de su inseparable Angustias, y su no menos compañera, Melancolías, y esta a su vez llega abrazada a su amada Culpabilidad. Y claro, son mucha gente, para tan poco espacio.

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  6. Son muchas, sí, y todas juntas asustan bastante, pero se aprende pronto a ir espantando las "visitas" indeseadas de esas situaciones.

    Gracias por dejar tu comentario, Frank.

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