domingo, 7 de diciembre de 2014

Despedida


Hoy es un día bueno para las despedidas. Bueno como cualquier otro. 
En este tren de palabras he hecho un itinerario que me ha llevado por lugares diversos: recuerdos, invenciones, heridas, silencios oscuros... 
He ido dejando en los andenes cosas que han sido (son) importantes para mi. Ahí quedan. 

Gracias, muchas gracias a todos los que, en algún momento, habéis pasado a acompañarme. Vuestra presencia ha sido lo mejor de este insólito viaje.

lunes, 30 de junio de 2014

Recuerdo a J F (con amor)


Se despertó envuelto en un inconfundible olor a fracaso. 
Las sábanas, el pelo, las manos... todo estaba 
impregnado de ese olor. 
Se zambulló de nuevo en el sueño, buceando entre ilusiones. 
Entró en un estanque de té con hierbabuena y azúcar negra. 
Paladeó su sabor dulce y su transparencia hasta el ahogo
y cuando salió a respirar encajó otro despertar en plena cara.
Se sentó en la cama a hacerse un pitillo, pero encontró vacía 
su cajita de lata 
(abollada, con palmeras naif descoloridas)
el interior oxidado contenía tres papelillos, un triste polvo negro 
y un mechero de plástico amarillo. 
Una radio vecina bramaba, entre espasmos, una canción de moda.

En la plaza los grupos habituales, los gestos habituales, 
los ritos
los bancos de los vencidos... 
Compartir un cigarro que sabe a flores
(un reparto de humo sin palabras).
La gata recién parida alimentando a sus crías a la sombra de un naranjo.

Un paquete compacto de nubes cruzó la plaza y, sin cumplidos, 
dejó caer la lluvia sobre los bancos pisados
(el servicio meteorológico había pronosticado buen tiempo)  

Volvió a su casa pateando charcos
a su cuarto que huele a alhucema y tomillo
al olor a fracaso de su vida.

jueves, 26 de junio de 2014

Una tarde de serie B


Cuando me separé de mi último novio (ese mediocre encantador de corrillos y reuniones) me quedé tan colgada, tan desvalida y tan arruinada, que me tuve que ir a vivir a casa de mi hermano.
Debo decir que mi hermano, contra pronóstico, se portó estupendamente: me acogió en su casa con un abrazo cariñoso y hasta aguantó los primeros días sin darme demasiada paliza verbal, a costa (probablemente) de tener que morderse la lengua. 
Luego, en cuanto consideró que de ésta tampoco me moriría, empezó a aprovechar mis escasas pausas entre sollozos para meter una cuña informativa de recuerdo sobre las muchas advertencias que me llevaba hechas en la vida respecto a mis malas, ¡malísimas!, elecciones de novios. 
Yo, agradecida como le estaba, le daba la razón cabeceando y empezaba rápida la siguiente tanda de llanto.

Mi hermano es lo que se dice una persona sensata y mesurada y es verdad que, si bien toda la vida me recriminó mis gustos en materia amorosa, en este último enamoramiento se superó con creces y me hizo saber, algunos cientos de veces cada día, que este prenda que tenía a mi vera era un reconocido embaucador de barrio que me iba a chupar la sangre y la cuenta corriente. 

Yo (por fortuna) no le había contado a mi hermano la forma tan tonta en que di lugar a que "el prenda" manejara mi tarjeta de crédito y me dejara prácticamente sin blanca... Fue una tarde tonta en que ambos (mi novio y yo), amodorrados y perezosos, estábamos viendo en la tele una película de serie B en la que un psiquiatra criminalista (que me encanta) le estaba diciendo a otro tipo que nunca podría vivir con alguien que no le diera sus códigos privados. Entonces los dos comentamos, embobados: ¡Ay, qué romántico!
Más tarde, cuando salía por la puerta, como el que no quiere la cosa volvió hacia mí su cara morena y dijo:

—Oye... ¿Cuál es el código de tu tarjeta, amor?

—El ocho cuatro tres, cariño.

—Pero si sólo son tres dígitos, cielo.

—El cero por delante, corazón.

Y, a partir de ese momento, los recibos y facturas empezaron a caer sobre mi economía como el pedrisco, arramblando con todo. En unos pocos días dejó limpia mi cuenta corriente y en unos pocos más me dejó a mí.

Aunque, como digo, tuve la precaución de no contarle a mi hermano esta escena, él insiste en que necesito un psiquiatra, de la serie que sea, que encarrile mis desorientados pasos emocionales, al menos hacia la protección de mis tarjetas de crédito ya que, según él, mi loco corazón dejó de tener remedio. 
Yo dudo mucho que un psiquiatra me salve del encandilamiento que me producen determinados individuos pero, aún así, he aceptado y a partir de mañana mismo empiezo con las sesiones de psicoanálisis... Es muy caro, pero he visto al psicoanalista y, la verdad, me siento bastante encandilada.

miércoles, 18 de junio de 2014

Rachas como de un viento de silencio


Te recuerdo a rachas.
Es absurdo, aburrido e inútil.
Pero es que nos quedaron besos pendientes
y una playa con filos de luna
y hablar de caracolas
y tener desvaríos al teléfono
y llorar en una estación.

Te recuerdo a rachas.
En días neutros con olor a fracaso
y en días brillantes como alfileres.

Te recuerdo a rachas (siempre)
porque en este mundo extraño y huraño
era bueno tener cerca tu mano.

Te recuerdo siempre (tanto)
porque tu presencia se difumina rápido
y temo perderme en el olvido.

domingo, 8 de junio de 2014

Regreso


Acaba de volver de la India. 

Dice que la luz del sol pesa, que hay momentos en que el peso se hace insoportable, que es como cargar toneladas de luz sobre los hombros... 

Dice que cuando llega la noche siempre sorprende, porque parece que hayan pasado siglos desde que amaneció —casi una eternidad— y que ver encenderse las hogueras de los muertos se confunde con el incendio de las estrellas...

Dice que ha estado flotando en senderos olfativos donde confluían el clavo y la canela, la pimienta, el curry y la nuez moscada, las flores que bajan por el Ganges y el gemido oloroso del río sagrado.... 

Dice que el río la inundó dejándola permeable a cualquier experiencia de amor y de dolor, de pérdida y de agradecimiento... 

Dice que conoció a personas tan generosas que sonreían por nada, o solo por la respuesta de otra sonrisa; que se hizo amiga de niñas que la abrazaban al verla y que con ellas se bañaba en el río; que encontró la compañía de perros que la esperaban por la tarde y con los  que compartía chapati y mantequilla... 

Dice que le impresionó la pobreza de la gente de su entorno, pero que le impresionó mucho más algo que nosotros hemos perdido: el cultivo del espíritu y de un corazón bondadoso...

Dice que a todas las personas y animales que conoció y amó los llevará siempre dentro de ella como un tesoro, porque eso fue su viaje a la India, un tesoro de incalculable valor...

Ha estado en una ciudad santa. 
Dice esas cosas y su mirada dice mucho más... 
Yo la escucho, vivo con ella sus añoranzas, me emociona... luego recojo mis cosas y sigo caminando.

domingo, 25 de mayo de 2014

Aquella tarde con Herminia


No quería contar esta historia.
Sin embargo ahora, en esta situación, me machaca con insistencia el recuerdo de lo que pasó aquella tarde, hace casi un año. 
Fue así:
Estábamos en casa de Herminia tomando café. Era una tarde lenta de lluvia, y ella, de buenas a primeras, sacó un mazo de cartas y nos dijo que sabía leer el Tarot. Herminia siempre nos sale con alguna rareza. Es excéntrica, un tanto alocada y sumamente bondadosa. Decimos de ella que tiene toneladas de corazón y una gotita de cerebro. Es médica, tiene mente y formación científicas y nunca le conocimos aficiones esotéricas, así que nos hizo gracia lo de las cartas y nos prestamos a que ensayara con nosotras sus nuevas dotes. Completamente escépticas y divertidas, iniciamos la sesión.

A mí me dijo (en cuanto desplegó tres cartas) que tenía un "rollo" con un tipo de tales características. Lo negué en redondo. Insistió en que se veía allí, en aquellos arcanos, y que había entre nosotros otra mujer. Lo seguí negando, aunque se me notaba el caudal de adrenalina corriendo por mi cuerpo. Ella recogió y dijo: "mira, no nos lo cuentes si no quieres, pero que tienes un rollo, lo tienes..." 

Luego le tocó el turno a Lola y le dijo algo sobre sus intenciones para el futuro próximo, intenciones que Lola confirmó. 

Entonces dijo Inés que se las echara a ella, que se iba enseguida a descansar porque tenía los tobillos hinchados. Inés es la mejor amiga de Herminia y en ese momento estaba embarazada de mellizos. Alegremente, todas dijimos, "venga, sí, a ver cuándo piensan llegar estos niños"...  Herminia barajó y empezó a echar cartas sobre la mesa. De pronto se puso seria y, con torpeza, las recogió. Volvió a barajar, Inés cortó el mazo y se reinició la tirada de cartas... En un segundo, Herminia recogió de nuevo y dijo que ya estaba harta de ese juego tonto. 

No nos sorprendió, porque ella tiene reacciones así a veces. Pero a partir de ese momento, Herminia estuvo como si la envolviera un nubarrón. Inés se marchó al rato. Cuando se cerró la puerta, el silencio se hizo duro como una piedra. Pasó más de un minuto y la piedra de silencio pesaba. Entonces Herminia dijo:

—Sólo se ve un niño... 

Su tono y su aspecto daban miedo. A coro y nerviosas, quisimos desdramatizar:

—No es posible... Pero si tú vas con ella a todos los controles, si prácticamente lleváis el embarazo a medias y siempre nos decís que los niños están bien...

—Y es cierto, pero en las cartas sale uno... Sale uno solo.

Así quedó la cosa. Herminia estuvo siniestra unos días; luego se despejó, pero si tocábamos el tema volvía a ensombrecerse. 
Dos semanas después, Inés se puso de parto y Herminia estuvo con ella todo el tiempo. 
Nos contaron los compañeros del paritorio lo triste que fue cuando el segundo de los niños nació muerto: se murió unos minutos antes de nacer. 

Inés nunca supo lo que dijeron las cartas aquella tarde. Su hijo único de mirada triste crece bien.

Herminia, por su parte, no quiso saber nada más de aquellas cartas: las metió en su caja y ésta en un cajón de la cómoda y se olvidó del tema. O pareció que se olvidaba. La cuestión es que la encontré hace unos días y me contó una cosa extraña, algo como que los arcanos se van cambiando de sitio dentro de la caja, que un día ve a través de la tapadera transparente al Loco y al día siguiente es el Mago, o la Muerte... Dijo que estaban formando algún mensaje. 
Estaba abstraída y tenía ojeras negras. 

Llamé a las chicas para ir a verla a su casa y quitarle de la cómoda las cartas. Eso fue hace tres días. Hemos ido esta tarde, pero no nos abre la puerta. En el hospital no saben nada de ella desde anteayer. Por eso les cuento esto que pasó, por si tuviera que ver y sirviera de ayuda... 

miércoles, 14 de mayo de 2014

Flores de piedra a la sombra de las acacias desnudas

(Los balizadores del desierto. Nacer Khemir)

Una mujer camina todas las tardes por una playa pedregosa y accidentada. Anda despacio, lleva un cesto en la mano y la acompaña un perro blanco que corretea alrededor de su dueña o persiguiendo gaviotas. De vez en cuando la mujer se para, se agacha y coge una piedra. La mira, la toca, la gira entre sus manos... A veces se acaricia las mejillas con la piedra. Es muy selectiva. 
Durante el invierno pinta flores en esas piedras. Tiene una habitación llena de luz, botes de laca de todos los colores y muchos pinceles. Pasa las tardes de frío pintando un jardín imaginado, un jardín imposible en una tierra donde la única humedad viene del mar y trae salitre.
Ella se rindió hace tiempo a la fuerza del desierto. Admira a los supervivientes: las acacias raquíticas, los pinos torcidos, las pitas capaces de nacer en una roca y, sobre todo, admira a los cactus que, impresionantes, regalan cada año una enorme flor magnífica en colores de fuego y tacto de seda. 
En medio de la tierra calcinada, ella planta sus propias flores de piedra: rosas de distintos colores, tulipanes alternando con margaritas, amapolas, pensamientos, azaleas, jazmines... Separa los distintos arriates con setos de adelfas de hojas agudas (hojas pintadas en verde oliva, flores blancas y rosas). 
Su jardín es una imposible arqueología de flores, conchas y caracolas.
De vez en cuando modifica el diseño: combina de otra forma los colores, agranda o achica parterres, cambia las flores… Sus piedras siempre tienen las flores adecuadas para cada estación: nunca pone azucenas fuera de mayo, por ejemplo. 

La mujer murió hace tiempo.
La hija, cuando va a la casa, contempla la desolación de las plantas muertas y el esfuerzo de las que viven a duras penas, chupando agua que extraen de no se sabe dónde. 
Pero allí en medio están los jardines que dejó su madre, brillando tercamente bajo el sol. 
Y por fin entiende. 

sábado, 10 de mayo de 2014

Silencio


Paré en un claro del bosque. 
Dejé la mochila en el suelo y me senté sobre una piedra grande. La luz verde se iba degradando hacia verdes amarillentos: el sol bajaba rápido y el albergue aún quedaba lejos... 
Escuché. 
A mi alrededor se desarrollaba una sinfonía llena de sentido y de belleza. 
Un pequeño arroyo, a mi izquierda, saltaba con acordes de agua viva; la brisa susurraba entre las hojas de los árboles, que a su vez se rozaban, como besándose; algunos aleteos lejanos... 
Poco a poco, fui también diferenciando un caos de minúsculas voces que cantaban juntas en esa hora lenta del atardecer: insectos voladores, hormigas, mariquitas y otros pequeñísimos animales, millones de ellos que, entre la hierba, realizaban su trabajo y su vida tamborileando sobre el tapiz de las hojas secas...  
Esto es el silencio, me dije, ha venido a mi encuentro como un viejo amigo injustamente olvidado...  
Un vuelo de pájaros puso la nota final a la melodía profunda y mágica del mundo en  aquel momento. 
Agradecí la generosidad de la naturaleza, agradecí la presencia del silencio, mi amigo, cogí la mochila y seguí mi camino.

jueves, 1 de mayo de 2014

El tiempo de las estaciones


Los relojes de las estaciones (como los de los hospitales, como los que miden la angustia) son lentos, los más lentos de todos los relojes. Grandes círculos que recorren el tiempo con parsimonia. La aguja grande cae en cada punto del minutero con un plock grave. Entre un plock y el siguiente cabe una eternidad. 
Esta estación es grande y sucia. Las palomas vuelan entre los andenes cagando sobre autobuses y pasajeros. 

Lo espero a sabiendas de que es inútil.

A mi lado, en el asiento duro del banco de madera, un muchacho dormita abrazado a su mochila. Yo miro distraída la entrada y salida de autobuses, el paso lento del reloj de plock en plock, los viajeros apresurados...

Entonces lo veo al fondo de uno de los andenes; va con su novia de largo pelo rizado. Parecen enfadados. Ella tiene un gesto hostil y peleón; él, abatido y mustio. El corazón me pega un bote; me pongo con dolor una sonrisa vaga y miro hacia el frente, para que cuando él me vea no tenga que saludarme ni con la mirada. Me ve y sé que dice un Ana insonoro que yo oigo perfectamente porque llega a mi corazón como un grito de júbilo que sale del suyo. Pasa por detrás de mi asiento y con su mano derecha roza mi espalda; a su izquierda va la novia, murmurando quejas airadas por algo que no comprendo ni me importa. 

El muchacho de al lado me despierta. Me dice que ha llegado mi autobús. Salgo de mi sueño aturdida. Le doy las gracias y me voy de la estación, una vez más. 

martes, 29 de abril de 2014

La fragilidad de las burbujas



Quiero entrar nuevamente en la burbuja protectora
de un tiempo nuevo y nuestro,
de un mundo en exclusiva y a medida
donde poder hablar o no decir nada,
mirarnos o mirar por la ventana
buscando la constelación de piscis
y sentir el calor zigzagueando por la piel,
abrazarnos para zarpar juntos 
hacia un lejano sueño de espejismos,
de lluvia y fuego y viento...

Quiero lágrimas de felicidad
que me pongan una bolita de tibieza en la garganta.

Quiero...

Pero la almohada pone las cosas en su sitio.

Se apaga la luna.