miércoles, 7 de noviembre de 2012

Siempre gana el séptimo de cabellería

Iba conduciendo a poca velocidad, por la niebla, la lluvia, la mala carretera...
Al girar en una curva me topé de frente con un indio a caballo; estaba parado en la orilla de la carretera, inmóvil como una estatua bajo una lluvia persistente y blanda, impropia de la zona desértica donde estábamos. Tras la figura del indio, como una sobreimpresión en negro que lo enmarcara, se intuía el perfil ruinoso del castillo de Tabernas, sobre la colina.

Paré el coche al otro lado de la carretera, en la puerta de un bar con las paredes pintadas de celeste. Sólo estaba el camarero, mirando sin interés la tele. Me senté ante la barra y pedí un café.
Pensaba en lo triste que es presentar como espectáculo a un falso representante de un pueblo vencido en todas las guerras, desposeído de sus tierras, de su cultura, de su lengua, de sus raíces y de su futuro, recluido en reservas y prácticamente extinguido... Muy triste. Quizá por eso en las películas del oeste nunca se ve sonreír a los indios.
Entonces, mientras el camarero me ponía el café delante, vi a través de la ventana que el indio estaba atando las riendas del caballo en un poste de la luz. Entró, se puso en la barra a mi lado y pidió café. Se quitó el penacho de plumas con cuidado y lo dejó en el respaldo de una silla, junto a mi bolso. Miró en el espejo de detrás de la barra sus pinturas de guerra, su gesto amargo...

- Era de mis antepasados, murmuró.

No dije nada. No hacía falta: comprendí bien a qué se refería.
Yo pensaba que era triste representar a un indio de decorado. Y lo es. Pero es mucho más triste ser un indio de verdad que se representa como un personaje de cartón piedra, ser parte del espectáculo que reproduce la destrucción de tu propia gente.
Sentados uno al lado del otro, tomamos nuestro café en silencio, mirando al frente, a nuestras imágenes  irreales en un saloon irreal. Se abrió la puerta y entró un sheriff con sombrero y dos pistolones, uno por cadera.

- Aligera, Nube Roja, que han llegado dos autobuses de turistas.

El indio se levantó despacio, se colocó el penacho de plumas de sus antepasados y me deseó buen viaje. Salió a la lluvia, se subió al caballo y desapareció.

- ¿Se llama Nube Roja? -pregunté al hombre del bar.

- No creo, le dicen eso porque es más de cine.

Como a medio kilómetro del bar, desde otra curva, vi la pequeña explanada entre montes donde se ubican los decorados del oeste: el poblado de casas, el poblado indio, el fuerte... Paré en el arcén y desde ese otro lado del barranco miré la escena: Nube Roja a caballo, inmóvil y altanero, mientras unas cuantas personas con paraguas y chubasqueros lo rodeaban y disparaban sus flashes hacia él. Unas hilachas de niebla pendían sobre ese fotograma. Luego la niebla se adensó y, como un telón compasivo, cayó sobre el escenario que yo miraba de lejos.
Me metí en el coche y en unos minutos me tragó la niebla. Desapareció de golpe el mundo. Me concentré, durante más de cien kilómetros, en mantener el coche entre las dos líneas blancas pintadas en el suelo de la autovía, lo único que podía ver dentro de la sopa densa en que nadaba. Me sentía un ingrediente insignificante en el potaje que se cuece en el mundo: como el indio, como el sheriff, como el camarero solitario en un bar celeste...

Ahora pienso si no habré tenido un sueño estrafalario para entretener mi travesía del desierto.

En la niebla todos parecemos fantasmas. O espejismos.

 "...Por lo tanto venid, suave lluvia y delicadas nubes, y calmad
    este amor radiante que tiene la fuerza del odio."
       ALMERÍA. (Aldous Huxley)

 

                                        

4 comentarios:

  1. ¡Qué razón tiene tu última frase María...! "En la niebla todos parecemos fantasmas. O espejismos..."
    Bello relato que como siempre cautiva y hace seguir hasta el final.
    Un abrazo y feliz día.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es extraño moverse entre niebla y figuras insólitas, es lo que tiene andar por tierras de cine...
      Muchas gracias por tu opinión.
      Un abrazo y feliz noche.

      Eliminar
  2. ¡Qué cabeza! Te he dejado un comentario a este relato en el anterior.

    ResponderEliminar

Gracias por dejar tu comentario.