jueves, 15 de noviembre de 2012

China con rosas


Caminando por la orilla del río, una tarde, me encontré a una vendedora de rosas china.
No había casi nadie por allí, nos miramos con simpatía. Llevaba en su mano izquierda un ramo de capullos de rosa de plástico en colores inverosímiles: celestes, verdes, morados… y en la mano derecha una espada gris metalizada, también de plástico, que blandía alegremente al ritmo de sus pasos.

Yo andaba más rápida y la adelanté, luego di la vuelta en dirección al puente y al poco la encontré delante de mí: estaba parada en la orilla mirando al río, abrazada a su ramo de rosas y a su espada. Al llegar yo a su altura me cogió del brazo y empezó a hablarme sin parar con palabras para mí incomprensibles, sonriendo siempre con sonrisa ancha. Yo le hablaba con mis palabras (para ella igualmente incomprensibles) y miraba en la dirección que me señalaba. Al fin vi el objetivo: dos peces pegados en paralelo y, a mi entender, muertos flotantes; pero la mujer mantenía la amplia sonrisa que no pegaba con la muerte, ni siquiera de dos peces, y entonces éstos de golpe se movieron y dieron fuertes coletazos al agua, y ella hizo palmas riéndose.
Finalmente entendí que esos peces se habían estado apareando y la mujer oriental celebraba el acontecimiento. Me uní a su alegría.

Ambas conseguimos entendernos con la palabra “bonito”, acompañada de sonrisas e inclinaciones de cabeza, antes de separarnos.

4 comentarios:

  1. China, rosas y alegría...
    Final feliz en tu breve relato de hoy.
    Un abrazo y feliz día.

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  2. Buenos días, Rafael.
    Hay escenas así de secillas y de felices y es una suerte encontrarlas.

    Un abrazo.

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  3. Tierno como para alegrar el día a cualquiera. Gracias.
    Beso.

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  4. Gracias a ti, 81. Ojalá todo tuviera la natural simplicidad de dos peces apareándose entre juncos.

    Un abrazo.

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