miércoles, 4 de julio de 2012

¿Te acuerdas?


¿Te acuerdas, Marisa? 
Mamá salía todas las tardes a pasear con su perro por la playa ¡iba tan guapa!, con un vestido blanco, sandalias y sombrero, y una bolsa grande de rafia donde iba metiendo las cosas que encontraba en su paseo: piedras, conchas, caracolas, el caparazón de un erizo o el esqueleto de una estrella de mar. 
Yo salía tras ellos algunas veces hasta alcanzarlos; los veía de lejos como una imagen idílica, una estampa romántica y pacífica impresa en calma veraniega. Mamá andaba tranquila, como era ella; de vez en cuando se agachaba a coger algo que le había gustado o se sentaba un momento en una roca mirando al mar y al horizonte, tras el cual estaba Orán ¿te acuerdas? siempre que miraba a lo lejos nos decía eso: "mirad, niñas, detrás de la línea del horizonte está Orán... algún día iremos"
El perro corría a su alrededor o hacía carreras persiguiendo a una gaviota por la orilla, luego volvía rápido al lado de su dueña, a veces con una piedra en la boca, como una ofrenda... Eran un buen equipo, mamá y su perro Blanco.

¿Te acuerdas? Siempre tardaban bastante en regresar de sus paseos. Cuando llegaban, mamá soltaba su bolsa y se sentaba en el jardín a descansar hasta la hora de la cena, y el perro Blanco se echaba a sus pies, también cansado, y metía la cabeza bajo las piernas de mamá para que ella pusiera sus pies desnudos sobre su lomo lanoso. Se quedaban así, quietos, mucho rato.
Después de cenar nos sentábamos todos en el porche, y entonces mamá vaciaba en la mesa grande el contenido de su bolsa y revisaba cada pieza con la sonrisa feliz de una niña. 
¿Te acuerdas, Marisa? Parece que la estoy viendo. Clasificaba las piedras por tamaños, formas, texturas, colores y manchas; luego las guardaba en distintas cajas etiquetadas por ella. Las conchas y caracolas iban a otras cajas. Los esqueletos delicados de los erizos y las estrellas los dejaba en un cesto de mimbre que ponía en un lugar alto de la estantería, para que no los tocáramos... ¿Te acuerdas? Siempre queríamos alcanzar ese cesto y sus maravillas.

¿Te acuerdas de esos veranos? ¿Te acuerdas de mamá, de su perro Blanco, de sus paseos y sus búsquedas por la playa?

¿Te acuerdas de mamá en invierno, cuando íbamos a casa de vacaciones? Estaba en la terraza acristalada, llena de luz, trabajando en sus piezas del verano. Miraba a cada una de ellas como única y a todas las trataba con mimo de madre, o de artista. Allí, en esa terracilla cerrada a los vientos del invierno, pintaba las piedras, las conchas y las coracolas que se prestaban a ser pintadas. Tenía una mesa llena de pinturas y pinceles, y las cajas con sus tesoros del verano ordenadas en el estante.
¿Te acuerdas? Me parece verla coger una piedra, observarla, pasársela entre las manos como si la acariciara y elegir el tema y los colores para ella.
 
¿Te acuerdas, Marisa? Por eso tenemos en casa tantas piedras que simulan ser pájaros y flores, loros imposibles, castillos, ríos y bosques... Tu preferida era una en forma de montaña, blanca y llena de surcos, en la que mamá pintó un precioso castillo en la cima y un río que la rodeaba desde arriba en azules cambiantes hasta llegar al borde blanco de abajo ¿te acuerdas? Era muy naïf esa piedra y se la pediste para usarla de pisapapeles en tu mesa de despacho. La has tenido siempre alli, la sigues teniendo... A mí me dio ese día un loro verde y azul de textura lisa muy agradable ¿te acuerdas? también lo tengo en mi escritorio, al lado del ordenador.

Marisa, mira, te he traído tu montaña blanca, mírala por favor, por favor, despierta y mira tu piedra con su castillo de cuento y su río tan azul. Los médicos dicen que puedes despertar, Marisa, que la lesión no ha sido demasiado grave y que... Inténtalo, por favor.
Mañana te traeré la piedra del loro para que toques lo lisa que es y hablaremos de las navidades en casa de la abuela, con todos los primos y tantos dulces.
Hasta mañana, hermana.

2 comentarios:

  1. ¡Qué relato tan bonito!, en este monólogo con ese final tan tierno y sensible...
    Felicidades por tu trabajo María, es una delicia venir a leer tus relatos.
    Un abrazo en la noche.

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  2. Pensaba en otro final, pero al final me dió un punto algo "truculento" :)
    Gracias por tus comentarios, Rafael.
    Un abrazo.

    (El otro día buscaba a Medusa y hoy me encontró ella: llevo en el brazo la marca de sus flecos urticantes)

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