miércoles, 13 de junio de 2012

Un poeta de la calle


En una placita de Venecia, un poeta regalaba a los transeúntes sus obras, escritas en papeles corrientes plegados con elegancia. Era un escritor voluntaria y decididamente anónimo. 

Nunca tendría "Obra" -me dijo- porque no firmaba sus textos y no guardaba copias de lo que regalaba. 
Le gustaba escribir en la inmediatez para lectores fugaces y esperaba ser olvidado al instante siguiente de cada encuentro. 
Era un poeta de la calle y, pese a escribir a la vista de todos los paseantes, era un poeta secreto. Era también muy selectivo: sólo entregaba sus palabras a personas que le gustaban lo suficiente como para hacerlas depositarias de sus poesías. Miraba a los ojos al entregar el papel y, en mi caso -estoy segura de ello- entendió perfectamente una parte importante de mi alma.


Escribía poesías, las regalaba, esperaba ser olvidado al instante siguiente... Yo lo olvidé. 


Hoy, preparando de nuevo mi mochila, encontré en un bolsillo tres papeles del poeta. Los desdoblé emocionada, esperando encontrar los poemas que me regaló. Estaban en blanco. Quedaba sobre el papel un rastro sutil de las palabras que allí hubo, como si una tela de araña hubiera dejado un ligero roce en matiz sepia, pero habían desaparecido las letras. El poeta secreto sigue siendo secreto; sus poesías son tan efímeras como él quiere que sean. 
He guardado los papeles en el mismo bolsillo de la mochila donde los puse hace un año. 
Quizá vuelva a Venecia alguna vez y pase por esa placita.

Quizá siga allí el poeta regalando sus obras maravillosas destinadas al olvido.

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