sábado, 9 de junio de 2012

¿Porqué no los milagros?


Ayer me bañaba en la playa cuando hubo un terremoto. Fue de escasa intensidad pero el epicentro estaba cerca de mi zona, así que percibí el temblor en el agua: fue algo extraño y perturbador, algo como estar a medio camino entre la risa y el pánico. Sólo fueron unos segundos, quizá unas fracciones de segundo.
Luego me quedé un rato en la playa pensando sobre las cosas extraordinarias que ocurren contínuamente; cosas que pueden poner patas arriba, en un instante, nuestra vida medio ordenada.

Asumimos un cierto nivel de riesgo con bastante naturalidad. Aceptamos riesgos mínimos todos los días, pequeñas molestias, inconvenientes, disgustos pasajeros... Por ejemplo, que perdemos las llaves, que se nos estropea el coche justo cuando nos va a hacer falta, que nos roban el bolso o que nos cancelan un vuelo en vacaciones y nos quedamos un día en un aeropuerto. Nos joden, pero ahí están. 
Aceptamos también riesgos de mayor calado, de los que no podemos ni esperar, porque vivimos en la creencia -algo arrogante- de mantener un cierto control sobre nuestro mundo: nadie espera tener un accidente, pero hay accidentes; nadie espera enfermar, pero enfermamos; nadie espera un terremoto pero los hay cada día. En definitiva, nadie espera hechos dramáticos o catastróficos, pero ocurren y aprendemos a aceptar lo extraordinario en versión "malo".

¿Pero qué pasa con lo extraordinario en "bueno"?... parece que estamos menos motivados a esperar milagros, por pequeños que sean: ¿Me encontraré a un amigo olvidado en la calle? ¿conoceré a alguien tan alma gemela de la mía que sepa que lo estaba esperando toda mi vida? ¿me invitará a un café un desconocido una tarde de lluvia?...
¿Podré andar sobre el agua los ciento y pico metros que me separan de aquella roca? ¿Podría el sol no achicharrarme en tan poco tiempo?
¿Porqué no los milagros...?

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