jueves, 24 de mayo de 2012

La tienda de la esquina


La lavandería de la esquina es ahora una tienda de chinos. Ayer fui a llevar un edredón que no cabe en mi lavadora y me di de bruces con un local lleno de productos impensables, asombrosos y perfectamente inútiles en su mayoría. Desde el mismo portal te rodean manojos de sombrillas, cestos de plástico, percheros cargados de camisetas, butacas plegables, lámparas de papel de diversos colores... Bueno, esos productos son los más prácticos; esos y toda la gama de droguería, papelería, marquetería, ferretería... pensándolo bien, la tienda es un práctico combinado perfecto de corte inglés de barrio en sesenta metros cuadrados. Luego están las bolas en imitación cristal conteniendo un pueblo tirolés con nevada de imitación pésima; marcos de fotos que no soportan un soplo; bandejitas minúsculas pintadas de brillos; portales de Belén tan absolutamente fuera de temporada que hasta me emocionaron -estuve tentada de informar a los dependientes de que no era momento de belenes, pero me pareció idiota por mi parte-

Entré cargando mi bolsa por si sabían de una lavandería cercana y, con sonrisa de inmutable beatitud, una chica china me lo quitó de las manos, se lo pasó al chico chino y ambos me dijeron que volviera en cinco minutos. Entendí que son los mismos cinco minutos que te dicen que esperes en un restaurante, pidas lo que pidas, así que tironeé para recuperar el edredón, lo soltaron enfadados y, como tengo poco carácter, para congraciarme con ellos compré unas cuantas velas que no usaré nunca porque huelen intensamente a ambientador de limón unas y a sopa de sobre con cominos otras. Pero como vamos a ser vecinos ad infinitum -estoy convencida- quiero mantener con los chicos y su negocio buenas relaciones de vecindad y de clientelismo.

Al salir, me di cuenta de que la familia de gatos que vive en la plaza se ha vuelto a reproducir. Unos cuantos cachorrillos de ojos cerrados mamaban afanosos de su madre, tumbados a la sombra de un naranjo. Los de camadas anteriores se vinieron a jugar con mis zapatos y a tironear de la bolsa, que llevaba casi a rastras... 
Luego les bajaré algo de comida.

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