miércoles, 23 de mayo de 2012

La vida pasa por la acera



Carmen no se concentra en el libro que está leyendo porque, por el balcón entreabierto, le llegan las canciones que, a rachas, entonan los vecinos del portal. Los vecinos del portal son del portal en sentido estricto, es decir, viven allí, en el mismo portal. Durante el día se mueven un poco por el barrio arriba y abajo, se sientan en la placita, duermen a ratos en los bancos, rebuscan por los contenedores... pero al caer la tarde se van al portal de la casa donde vive Carmen, disponen allí sus cartones, sus trapos y sus bolsas y se acomodan para pasar la noche. Son silenciosos, se mueven como sombras, miran pasar la vida por delante de su trozo de acera con ojos estuporosos, una colilla en los labios y el mayor desdén del mundo. Carmen los conoce desde hace años; le parecen restos de un naufragio, de cuando el tsunami de la heroína se avalanzó sobre el barrio y dejó caer esa enormidad insoportable en muchas casas y cuando la ola se retiró quedaron ahí, por las aceras, como despojos... 


Está interesada en Stoner, lo ha empezado a leer esta tarde porque se lo recomendó un amigo y le parece una narración interesante. Pero se cuelan en su piso fragmentos de viejas canciones:


Más me preocupan tus ojos que el odio del enemigo
       Nunca perdí por la fuerza, sólo el amor me ha vencido...

Se asoma al balcón. Rafa la ve y la llama con su voz pastosa y confusa, como si las palabras rodaran un rato entre la lengua y los dientes antes de sonar, o como si nacieran ya cansadas y con vocación de apagarse antes de salir de la boca:
- Carmen, baja un ratito
- No, Rafa, me voy a acostar pronto
Coge el libro y trata de leer la historia de ese profesor anodino, una historia como tantas pero contada de manera extraordinaria. Suben las voces de Rafa y Paco, desentonadas pero convencidas:
                                     
                                       Habrá un día en que todos al levantar la vista
                                       veremos una tierra que ponga libertad...

Carmen sonríe, vuelve a dejar el libro en la mesita y sale al balcón otra vez; los chicos tienen esta noche el "disco duro" conectado en una emisora de canciones revolucionarias y piensa que es bonito guardar determinadas cosas en armarios seguros cuando casi todos los recuerdos se han borrado o están en vías de extinción.
                                
                                        ...y entonces llegó Fidel
          se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó parar

- Carmen, baja y echamos un cantecito

Carmen le dice a Stoner que se espere un poco en su Universidad de Columbia, coge unos zumos de piña en envases individuales, el paquete de tabaco, el mechero, las llaves, y se baja al portal. Por la escalera se da cuenta de que va en zapatillas pero da igual, allí nadie lo notará; aunque fuera en zapatillas al supermercado, o incluso a la misa de doce de la famosísima iglesia de al lado, casi nadie se fijaría, en ese barrio todos andan un poco locos. Quizá por eso le gusta tanto a ella, por ese punto reconfortante de locura compartida.
Rafa y Paco se alegran al verla salir; Paco lleva en la nariz una bola roja de payaso que se ha encontrado en el suelo. Abren los zumos y beben, encienden un ducados.
- ¿Cantamos por Silvio?
Paco empieza a cantar en voz baja y desafinada

             ... él descubrió que las minas del rey Salomón estaban en el cielo
 y no en el África ardiente, como pensaba la gente

Los demás se unen ahí y luego empiezan de nuevo la Canción del elegido desde el principio. Siguen con un repertorio similar y al poco Carmen dice que se va yendo.
- Espera, mujer, un cantecito para terminar
- Venga, una soleá y nos acostamos
Rafa empieza a dar palmas sordas, Carmen lo sigue al momento, Paco se une al poco y en unos minutos los tres están a compás

                                                  Tengo una penatan grande
                                                  que ya no sé discernir
                                                  si es que yo tengo una pena
                                                  o la pena me tiene a mí

Daba mucha pena ver las lágrimas que caían por la cara de Paco, a ambos lados de su nariz roja de gomaespuma, que absorvía algunas lágrimas de las que pasaban rozándola.

Unas cuantas soleares después le dieron el último trago al zumo, y Paco y Rafa se resbalaron por los cartones y se acurrucaron. Carmen recogió los tetrabricks vacíos y entró en la casa, cerrando la puerta con mucho cuidado para no hacer ruido.

                                                                  

                              

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