lunes, 7 de mayo de 2012

Un bolso rojo, pequeño...


A pesar del humo, al entrar en el bar la vi en la barra al primer vistazo. No contaba con eso. Hacía tres meses largos que habíamos terminado y la herida me seguía supurando una mezcla de amargura y cabreo. Estaba allí con un tipo que le parecía a Kurt Cobain, y eso me hizo sentirme mucho más pequeño.
Me acerqué a ellos con una malísima imitación de los andares de Clint Eastwood:
- Hombre, Juan, tú por aquí... ¡¡SOLO!! -sonrisa irónica, mirada más irónica todavía, temblor en los labios-
- No, qué va, he quedado... más tarde ¿Y tú qué tal?
- Fantástica -y al decirlo le dio un beso en los labios al guiri, levantando un pie para que me fijara en sus zapatos y sus medias-
- Ya veo...
- Ya ves... Y no me quita el tabaco del bolso, ni lo registra, como otros -dijo, haciendo una broma tonta que era sólo nuestara.

Llevaba el bolso rojo que compramos una vez en Tánger. Un bolso redondo, aplastado y tan pequeño que, como bolso, era una absoluta nulidad práctica: en él no cabía nada, así que siempre que lo usaba, mientras estuvimos juntos, metía en mis bolsillos el tabaco, el móvil, el paquete de pañuelos... Me empecé a emocionar recordando esos detalles de la intimidad de las pequeñas cosas. Para disimular, me volví a pedir el gin-tonic y ella, con su peculiar descuido estudiado, me puso la mano en la espalda mientras hablaba con pseudoKurt en un inglés de guardería. 
De vez en cuando me ponía su cara enfrente y me preguntaba por mi cita:
- Tardan... ¿no?
- Un poco, pero no importa, me gusta este bar de siempre, ya lo sabes.

No quería hablar con ella, así que me despedí con un gesto y me trasladé lejos de la barra. Me apoyé en una columna que quedaba a oscuras y desde allí la veía buscarme disimuladamente forzando la vista -siempre fue un poco miope, una miope que salía sin gafas- 
Al rato se fue del bar mientras el guiri estaba en el cuarto de baño.

Yo habría dado en ese momento cualquier cosa por saber si seguía llevando en ese bolsito rojo la foto de cabina que nos hicimos juntos una madrugada lejana. Y por saber cuántas veces habría estado yendo por ese bar desde que acabamos...
Me terminé el gintonic y salí.
En la puerta del bar, el rubio miraba la calle arriba y abajo, desconcertado.
Pasé sin decirle nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por dejar tu comentario.