miércoles, 1 de febrero de 2012

Sin esperar respuesta



Pongo música, lo primero que pillo de Mozart, y por casualidad es el Réquiem.
Me siento en en el salón y me pongo justo al lado de un ramo de rosas marchitas, también por casualidad. Enfrente de mi silla veo, a través de la ventana, el cielo azul, de un azul inmaculado, y presiento el aire frío al otro lado del cristal esta tarde de invierno. 
Anuncian en los informativos una bajada de temperaturas a simas profundas de menos veinte, menos treinta grados, por casi toda Europa. Un frío que viene de Siberia, dicen. En los mapas del tiempo se ven grandes bolsas de color azul y violeta que indican eso: mucho frío.
Trato de meditar, pero me distraen los aviones que cruzan por delante de la ventana; extiendo la colchoneta en el suelo para hacer yoga y el gato se mete a jugar entre mis piernas; lo echo, pero se queda allí enfrente, mirándome, quieto...
Me siento en el sillón y dejo que se me suba al regazo, cojo una novela, la suelto...
Me quedo quieta como el gato y me fijo en la caída paulatina y silenciosa de los pétalos marchitos.

Hoy todo me conduce al llanto: el azul que tiende a la noche y la bolsa de frío violeta, el movimiento sigiloso del gato, la llamada perdida, la carta sin respuesta, el mirlo atolondrado que golpea el cristal, las flores muertas que se deshacen sin ruido, la gente que se ha ido...¡Tanta gente!

No sé decir adios cuando el adios es definitivo.


(Sitting Bull ha muerto, los tambores

lo gritan sin esperar respuesta. )

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