martes, 24 de enero de 2012

Niebla


Leo un informe de Amnistía Internacional y me entra una desesperanza atroz, inmisericorde...
La burbuja protectora de mi entorno se resquebraja apenas miro un palmo escaso ante mis narices, y tengo desde chica la molesta manía de mirarlo todo, de tratar, al menos, de mirar todo lo que puedo. Y de entender lo que alcance a entender.

Lo malo es que esto me lleva casi siempre a encontrarme en posiciones de pesimismo difíciles de compensar, y a tener que hacer un acto de voluntad férreo para balancear los momentos oscuros con ramalazos de luz del día a día: la vecina que atiende a otra más frágil sin esperar más recompensa que verla mejorar, el amigo imprescindible que "lucha toda la vida", los grupos humanos que se organizan para ayudar a otros...

Sí, hay mucha, muchísima gente buena, esencialmente buena y generosa. Pero siento mil veces al día, en cuanto me descuido, que la pesada maquinaria social nos atropella, nos aplasta y nos desmenuza. A unos, mucho más que a otros; y esos unos más débiles y desprotegidos, en cualquier parte del mundo que estén, me duelen como una llaga en el alma. Me duelen porque sé que sufren las iras e injusticias de una máquina que a mí, a muchos afortunados, nos trata con algo más de dulzura o, cuando nos pisa, luego nos pone una tirita en la forma que sea: conviene mantenernos en la ilusión de que estamos cuidados, en las ilusiones garantistas de todo tipo.

En la radio están hablando de la exhumación de los cadáveres de diecisiete mujeres fusiladas en el año 1937, han empezado a abrir la fosa común. Aquí, en un pueblo cercano.

Hay una niebla fría y densa hoy.
En vez de aspirar aire parece que trague bocanadas de agua con cada respiración.

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