domingo, 22 de enero de 2012

Un día para mirar



Hoy había poca gente por el centro de mi ciudad; tan poca, que podía ir en bicicleta todo el tiempo por las calles sin tener que parar ni una vez por el gentío, sin tener que bajarme y caminar con ella cogida del manillar.

Algunas personas entraban y salían de las iglesias siguiendo -supuse- los diferentes horarios de misa.
Un cierto aire decadente invadía esas calles que casi siempre rebosan gente y ruidos. Por no haber, no había ni puestos de castañas, con su olor lleno de nostalgia infantil, su columna de humo blanquecino, el perol agujereado, el montón de cartuchos de papel de estraza... Claro que teníamos un sol de primavera que no se prestaba demasiado a castañas asadas.

Hoy parecía un día hecho expresamente para que no pasaran desapercibidos los gorriones posados en las barandas, ni las raices aéreas de los ficus centenarios, ni los carteles reivindicativos de causas románticas, ni las señales que el amor deja en alguna pared en forma de pintada ingénua: "Elisa, te quiero", decía una en trazos negros sobre una losa de la acera... Ojalá la vea Elisa, antes de que pasen los servicios de limpieza y la borren.
Hoy, si alguien me hubiera llamado, aunque fuera en voz baja, habría escuchado mi nombre y me habría parado.
Hoy cruzaba las calles pisando las hojas amarillas y marrones de los plátanos, y prestando atención a encontrar una sonrisa, un trébol de cuatro hojas, un ruiseñor o un duende...
Hoy el cielo era celeste sin fisuras y el aire fresco tenía color amarillo. 
Hoy buscaba paz y era un buen día.

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