domingo, 20 de noviembre de 2011

Un día cualquiera.



Me despertó una llamada incomprensible de madrugada. 
El sueño huyó lejos, pero me dejó a merced de un estado cercano a la narcolepsia. 
En un bucle alocado se me fue la noche. 
Me he despertado varias veces sobresaltada viendo la lluvia en la ventana, sintiéndome y doliéndome a mí misma. 
Recuerdo vagamente un golpe en la cabeza contra algo duro en uno de mis recorridos sonámbulos por la casa, en algún momento.

Decidí levantarme del todo cuando el roce de la cama se me hacía puro sufrimiento en varias zonas del cuerpo. Fui al baño y con cautela, poco a poco, empecé a mirarme. En la semioscuridad del día vi una cara parecida a la mía habitual pero sin simetría: había desaparecido la línea del pómulo en la mejilla derecha, el labio estaba hinchado y un hematoma empezaba a ganar terreno por la comisura y se extendía hacia la barbilla, tenía sangre seca en la frente y el hombro derecho estaba rígido y doloroso... Cuando terminé el recuento de daños encendí la luz y me sonreí para darme ánimos y evitar llorar, no tanto por las lesiones como por la imagen penosa que me devolvía el espejo.

Luego me he tomado un café con antiinflamatorios y al pasar por el salón, de vuelta a la cama, el ordenador apagado me ha hecho un guiño solo para mí. Lo he encendido y te he visto ahí,  mirándome tan cariñoso pese a mi aspecto de apaleada, que me dieron ganas de llorar de ternura, sintiéndome acariciada por tus palabras que  alivian como manos suaves... Pero no es cierto, no estabas, no hay nada tuyo ahí. 

Volví a la burbuja protectora de la cama con una bolita de angustia tibia en la garganta.

Me aíslo en la monotonía, el tiempo va a su ritmo. 
Me reconforta no tener ambiciones ni apego a las cosas; a veces me dejo enredar por algún que otro "crucigrama" cotidiano -dificultades, problemas, decepciones- pero la almohada pone cada cosa en su sitio.

Éste es un día cualquiera, en principio neutral y sin pretensiones. Un día sin nombre.

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