sábado, 5 de febrero de 2011

Volver al sueño.



Entro en una casa que sé que es mi casa de la playa, todo está perfectamente reconocible y al mismo tiempo resulta extraño y como fuera de sitio: el cajón de los cubiertos lleno de aserrín, un pasillo largo que hace varias revueltas se encuentra lleno de cajas y de bolsas de plástico vacías. Yo me voy enfadando por momentos, le digo a mi hija que no ha cuidado bien la casa; luego me doy cuenta de que la responsable de eso es mi hermana, que la ha alquilado a unas personas extrañas.
Hay habitaciones desconocidas, algunas tapiadas, y por los desconchones se ve que eran baños. Me siento extraña, inquieta, pienso a la vez que tendría que poner un mensaje a Y. para que sepa que estoy por ahí. Entro en la parte alquilada y está llena a rebosar, en toda su capacidad, en armarios y encimeras, de bombonas metálicas de gasas, bateas, material quirúrgico y enfermero. Entonces aparece un muchacho que dice ser el inquilino, es enfermero y ha montado allí su consulta, se ve muy relajado y me cuenta que hace acupuntura y otras técnicas de medicina tradicional china, sonríe y yo me voy calmando del disgusto por la pérdida de la casa.
Salimos por una puerta que da al mar, que está a unos tres metros del porche, es una costa arriscada y se ven algunas personas por entre las rocas, me parece que son muchas más de las que debieran, por lo escabroso del terreno. Andamos unos pasos y encontramos una laguna profundísima que se abre entre las rocas, es amplia, redonda y transparente, y está llena de peces que parecen sargos y se mueven en una especie de danza lenta. La gente trata de capturarlos con sombreros, cestas, las propias manos…Yo también quiero coger uno con el bolso que llevo colgado, pienso que se lo llevaré a mi abuela para la cena. Pero mi amigo me dice que no lo haga; le digo que me quiero bañar allí, en esa transparencia, me apetece mucho, pero también me disuade de hacerlo.
Volvemos a la casa y estamos tumbados en una cama, vestidos, hablando tranquilamente de cosas de la vida normales, me propone que hagamos juntos algún trabajo de jardinería, dice que aunque vivamos lejos podemos hacerlo a través de la red; yo no lo veo claro, pero me siento muy a gusto y ya me da igual que la casa se haya transmutado. Siento una gran paz.
Los maullidos de un gato me molestan, no cesan, tienen un aire muy lastimero y me producen una gran desazón. Entran al fin en mi consciencia y es el pobre Rasputín pidiendo su comida, que se me olvidó dejársela. Me despierto molesta por este sueño que empezó a disgusto y acabó con una sensación de paz muy agradable.
Pongo comida al gato y vuelvo a la cama. Espero volver al sueño para encontrar la parte de paz que me proporcionó.

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