lunes, 7 de febrero de 2011

Escozor


Mientras camino, voy pensando en la cualidad "alacranesca" de ciertas personas.
Una amiga de segundo orden, pero amiga al fin y al cabo, de vez en cuando se revuelve y me pica. No sé por qué lo hace, pero lo hace con una frecuencia tenaz y sistemática contra la gente que quiere o, al menos, con quienes se relaciona habitual y cordialmente. Por eso pienso que está en su naturaleza comportarse como un escorpión cuando se lo pide el cuerpo. ¿Necesita picar para ser?, no lo sé, sólo especulo desde una posición hoy dolida y asombrada aún.
Porque saber que esa es su conducta "natural" no me facilita, de momento, dejar de sentir aprecio por ella y por algunas de sus otras características. Voy pensando que mi estrategia de protección será alejarme de su guisque: el problema es saber a tiempo cuándo debo hacerlo y tener reflejos rápidos.

Pero hoy me escuece esa pequeña mordedura tan sin sentido.

Me iré fuera de mi ciudad unos días.
No tiene que ver con la historia del alacrán sino con la necesidad de volver a tomar contacto con el mar y con mi casa de origen. Miro mi caótico orden cotidiano que tanto me gusta cuando estoy en su centro. No puedo dejar así mis cosas y largarme. Mañana empezaré a recoger poco a poco mi particular estilo del desastre de las cosas. Lo primero será meter la guitarra en su funda, porque ahí fuera está pidiendo a voces que la toque y yo apenas la oigo; guardar las partituras desperdigadas, buscar bajo la cama y los muebles papeles pentagramados (no existe ese verbo), ordenarlos y meterlos en una carpeta; no me los llevaré conmigo, así que los dejaré en reposo. Libros, eso sí, encontrar algo que me interese lo suficiente para meter en mi mochila y cargar con ello.

Siento de manera equivalente el peso aplastante de la absurdidad y el tirón fuerte de la vida. A igual distancia entre ambas realidades, elijo emerger a tomar aire.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por dejar tu comentario.