martes, 9 de abril de 2013

La mecedora


¿Qué tiene de mágico encontrar a dios por las tardes bajo la acacia grande del jardín? Seguramente nada, porque yo lo encontraba a diario, y dios era una mujer vieja vestida de luto riguroso que se mecía en su butaca. Todas las noches de aquellos larguísimos veranos infantiles, cuando la única distracción era sentarse en el porche a ver ascender la luna desde la línea del horizonte hasta que se hacía inmensa frente a nuestra puerta, esa mujer nos contaba, desde su mecedora, las verdades y los secretos del orden del mundo.
De toda esa visión cosmológica básica e imprescindible aprendí unas cuantas cosas:

Que la mar tenía un pacto con Dios, según el cual ella no se saldría del lugar que le había sido asignado en la creación -cosa que procuraba insistente y machaconamente- si le era suministrado un hombre a diario con el que paliar su insaciable necesidad de seres humanos. Ésta era una situación inapelable y a nosotros sólo nos cabía esperar no ser la pieza elegida.

Que la luna, con sus ciclos, ponía orden en determinados aspectos de la vida y alumbraba la tierra cuando le tocaba. Y que era el lugar de castigo de un leñador que se atrevió a mirarla de manera obstinada e insolente una noche que andaba por el bosque en sus faenas. Parece que, ofendida por la insistencia de esa mirada, decidió castigarlo con una hartura contemplativa: lo transportó hasta ella y allí seguía, dando vueltas y vueltas sin parar con su haz de leña al hombro.

Que las estrellas contaban con una gran complejidad en sus funciones, y eran tantas que el orden clasificatorio resultaba en extremo difícil, pero que, en definitiva, todas tenían en común ser el principal adorno celestial. Las imaginábamos como pasadores luminosos de una larga cabellera negroazulada. De ellas debíamos aprender lo esencial: que cuando las viéramos caer teníamos que formular inmediatamente un deseo, que nos sería concedido.

Todo eso nos contaba la mujer de luto.

Sabiendo estas cosas, me sentía poseedora de un interesante bagaje con el que moverme por el mundo. También sentía la responsabilidad que añade el conocimiento. Cuando, en los días de luna llena, veía al leñador que daba vueltas sin parar dentro de aquella moneda de cara sonriente, yo sabía que tenía la clave para liberarlo de su condena, pero siempre que veía caer una estrella, me salía instintivamente la misma súplica egoísta: que no sea yo la persona elegida mañana por el mar.

Un año, a punto ya de acabar las vacaciones, movida por la urgencia del poco tiempo e investida, creía, de un enorme poder, decidí salvar al leñador de su destierro. Me levanté de noche cuando todos dormían y salí a la puerta. Hasta los escalones llegaba un camino de luz blanca que conducía, derecho sobre el mar, hasta la cara iluminada de la luna. Eché a andar por él.
Me contaron que pasé varios días enferma, enfebrecida y delirante, hablando del pasadizo que conducía al lado oscuro, de leña esparcida por las estrellas y de un anciano que corría sobre las olas buscando un bosque.

Otra noche, muchos años después, quise volver a antiguas sensaciones mágicas y me adentré de nuevo por el camino de la luna. Todavía no me ha perdonado mi madre que al día siguiente me presentara a mi propia boda con ojeras, el pelo chorreando, olor a salitre y la sonrisa idiota.

(Para mi abuela, cuya acacia favorita murió con el último vendaval)

12 comentarios:

  1. Qué hermoso cuento, hermana, qué certeza tan grande la que nos queda de las palabras de los mayores. Tanta, que no nos importa cometer locuras en su nombre.
    Creo que esa cosmogonía es la más convincente que he escuchado jamás.
    Un abrazo muy grande.

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    1. Las cosmogonías de andar por casa suelen ser muy eficaces a la larga.
      Cuando vuelvo a mis lugares de los cuentos, me da la impresión de tener a mis fantasmas al lado. De hecho, creo que siguen por allí, cada uno a sus cosas :)

      Un abrazo enorme!!

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  2. Me ha encantado esta entrada, especialmente el primer párrafo es precioso, echaba de menos estas pamplinas = )

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    1. Me alegra que te guste, DKTMK7, así las pamplinas lo son menos :)
      Muchas gracias.

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  3. Hermoso homenaje el que dejas en tus letras para tu abuela, en esa acacia ya desaparecida y con tantos recuerdos.
    Un abrazo en la noche.

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    1. Gracias, Rafael, para mí es importante rendir al menos un recuerdo a las personas que me han cuidado y me han querido. Las que me han dado cuanto soy.

      Un abrazo, querido amigo.

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  4. Curiosidades de la vida. Cuando el año pasado murió mi abuela, en su recuerdo yo planté un limonero que ahora revienta de azahar y perfuma mi porche. Ahora que nos descubres la relación de tu abuela con esa acacia, me doy cuenta de las conexiones tan maravillosas que establecemos los humanos con esos majestuosos seres que son los árboles. Quizás, hoy, en esta sociedad en la que vivimos a mil por hora, los árboles nos infunden tranquilidad y cierta envidia, al vivir con sus raíces bien ancladas en el suelo. Aunque, en ocasiones, como la que citas, no sean capaces de aguantar un vendaval. Los árboles son mágicos.

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    1. Perpleja me quedo por la coincidencia, José. Porque hace una semana, justo el sábado pasado, planté un limonero cerca del lugar de la acacia caída, pensando en que se pueda ver desde la ventana de la cocina, el lugar donde reinaba mi abuela de manera indiscutible.
      Me da la impresión de que también nosotros gozamos de buenas raíces.
      Hay mucha magia, sí.
      Un abrazo.

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  5. Es magnífico. Para leer muchas veces. Me recordó a uno de mis poemas favoritos: "Altazor" de Vicente Huidobro.

    ¿Es posible que nos crucemos por mi ciudad del Camino sin conocernos? Me fijaré en todas las peregrinas que me encuentre.

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    1. "...El universo se rompe en olas a mis pies
      Los planetas giran en torno a mi cabeza
      Y me despeinan al pasar con el viento que desplazan...

      Silencio
      Se oye el pulso del mundo como nunca
      pálido
      La tierra acaba de alumbrar un árbol"

      Vengo de buscarlo, no lo conocía (me doy cuenta de lo poquísimo que sé y el tiempo se escapa) Es un maravilloso canto este Poema de VII Cantos.
      Muchas gracias, Avril.

      Ya nos hemos cruzado por tu ciudad sin conocernos ¿recuerdas?, nos sonreímos y luego yo seguí mi camino siguiendo el del sol. Pero toda peregrina seré yo.
      Este año saldré de los montes de León y espero llegar a Santiago. Pero volveré al camino cada año, como buena nómada :)

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  6. Preciosisimo y conmovedor. Me hubiera encantado tener recuerdo de mis abuelas. Lamentablemente, no ha podido ser así. Tengo otros, claro, de otras personas. Pero no son tan hermosos. Supongo que los tuyos lo son también porque están tamizados con el cristal que tú observas el mundo. Ese si que es un cristal precioso.
    Un beso!

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    1. Gracias, Laura. Tus recuerdos son hermosísimos porque son tuyos y les imprimes todo el cariño del mundo.
      Cuando vengas a casa encontrarás a mi abuela bajo la acacia, contando historias tan imposibles como imprescindibles :)

      Un besazo!!

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