domingo, 14 de abril de 2013

Como restos de un naufragio


Estás aporreando la puerta. Tus golpes retumban en mi cabeza como toques
de tambor: rítmicos, duros, incansables, automáticos, enloquecedores...
No voy a abrir, ya sabes que no te abriré más esa puerta. Te veo por la mirilla,
la cabeza apoyada en la madera, los dos puños pegando contra ella
despacio y acompasados. Cada vez más despacio. Ya estás cansado, pero
sigues, y sigues, y seguirás así hasta caer al suelo.
La voz chillona de una vecina se dirige a mí sobre los tendederos del patio:
"abrele la puerta a tu hijo, por Dios, que nos va a volver locos", y luego a
ti: "cállate, hijoputa, y a ver si te mueres ya". Tú y yo seguimos a lo
nuestro, en nuestra resistencia callada y ajena a todo lo demás, pendientes
sólo de cumplir bien nuestra parte en el drama que llevamos años
desarrollando.
Apenas puedo recordar cómo se inició, sólo sé que de pronto un temporal
había arrasado mi casa y yo me encontré, rota y aturdida, en medio del
derrumbe. Nunca comprendí cómo pudo llegar hasta nosotros aquel mal
viento, sin ni siquiera haber notado antes un poco de movimiento en el aire
que nos envolvía. Pero hace ya mucho tiempo que dejé de querer entender: pido
al entendimiento que se aleje de mí; sospecho las peores intenciones en
cualquiera de mis pensamientos.
Te veo resbalar despacito pegado a la puerta, sin separar de ella la frente y
los puños. Caes al suelo y ahí te quedas aovillado, y sigues golpeando sin
fuerzas las losetas partidas. Me sigues golpeando a mí. Pararás un rato
cuando te quedes dormido en medio de tu estupor permanente, y entonces
yo me retiraré de la puerta y me sentaré delante de la ventana para verte
salir a la calle cuando despiertes.
De la casa de enfrente veo salir y entrar a mujeres con las bolsas de la
compra, siempre dan varios viajes, compran en distintos momentos cada
cosa: ahora el pan, luego la carne… es una forma de salir de la casa.
Conozco a algunas de ellas. Todas caminan mirando al suelo, a veces
saludan. Al lado del portal está el viejo de siempre, sentado en la banqueta
donde lo pone su hija un rato cada día a tomar el sol de la mañana, con su
sombrero puesto y una muleta cerca, apoyada en la pared. Un poco más
arriba, la frutería, con las cajas en la puerta ocupando la acera. Se ven pocos
niños por la calle, es hora de colegio; sólo están los muy pequeños o los ya
dejados por imposible.
Ahora sales tú, hijo, como una sombra balbuceante tirando de un cuerpo de
fantasma, con los faldones de la camisa colgando, el jersey roído, los
pantalones escurriéndose caderas abajo, andando sin norte entre el oleaje de
tu ropa. Te acercas a la frutería y Pura te da algo rápido para alejarte de allí
lo antes posible; al dártelo mira con disimulo a mi ventana. Sigues calle
arriba, te alejas, desapareces de mi vista. Durante un rato estarás fuera de la
órbita de mi ventana, pero sé que vas hacia las tapias del cementerio -qué
fina ironía- en busca de otra dosis que te proporcione la supervivencia de
hoy. ¿Qué harás por conseguirla? ¿Qué no harás?
¿Cuánto hace que no salgo a la calle? Atrapada entre el miedo de tu vuelta
y el miedo de que no vuelvas, espero aquí siempre. No sé ya vivir sin ese
ritual de golpeteo que cumplimos varias veces al día, ambos igualmente
cansados, igualmente inamovibles en nuestro lado de la puerta. Me
mantiene enganchada a la vida esa salmodia a ritmo de locura. Ya queda
poco.
Hoy empieza a hacer frío. Sacaré una manta a la puerta. Pronto volverás a
subir.

14 comentarios:

  1. La crudeza cotidiana de convivir con un hijo, hermano o pariente toxicómano es algo difícil de comprender para quienes no lo han vivido. Por desgracia, a mi esposa le tocó vivir algo así en su familia. Esa herida, como la de la madre de tu relato, nunca se curará del todo.
    Vaya desde aquí mi reconocimiento a todas las familias que sufren tan doloroso problema. Enhorabuena por tu relato María tan duro y maravilloso como la propia vida.

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    1. Gracias, José. Es así, esas heridas nunca se cierran, son desgarradoras.
      He querido hacer con este relato un recuerdo para estas personas, de las que estuve muy cerca por razones de trabajo y cuyo sufrimiento, por lo tanto, fue en parte mío.
      Un abrazo.

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  2. Llevo más de veinte minutos intentando escribir... reflejar, cuanto menos, la impresión que me ha causado tu narración... no encuentro palabras ni adjetivos... Es lo más desgarrador y humano que he leído desde hace mucho tiempo...

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    1. Que te quedes sin palabras secuestra las mías, de pura emoción...
      Quise recordar y quise hacer un "homenaje" (pobre, pobre homenaje) a las familias, pero fundamentalmente a las madres, a quienes se les "exije" una heroicidad permanente, extenuante, imposible casi.
      Me alegra que lo hayas sentido así, como el desgarro humano que es.
      Un abrazo, Loam.

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  3. Escribes muy, muy bien. Ojalá yo pueda escribir algún día la mitad de bien. Leyéndote tal vez lo consiga.

    Salud, y gracias por este impresionante poema en prosa.

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    1. Gracias, Loam, pero créeme, soy una aficionada con algunos aciertos (pocos) muy de tarde en tarde.

      Salud!!
      Qué bello saludo que yo uso.

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  4. Emotivo, profundo, conmovedor, bien escrito.

    Ha sido un placer comenzar la manaña con buena literatura.

    Un besito.

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    1. Muchas gracias por leerlo, Mila, y por esa opinión tan generosa.

      Un beso.

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  5. Tema duro y real el que has tenido la osadía de reflejar, quizás como reflejo de un suceso cercano, (como tantos que todos tenemos).
    Solo puedo felicitarte por tu valentía al tratar este relato y dejarte un abrazo en la tarde María.

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    1. Muy duro, Rafael y sí, los he tenido muy cercanos. Muchos. Dejan el corazón machacado.
      Recordé a una madre, una de esas heroínas de lo cotidiano, y me atreví a fabular uno de los cuadros repetidos...

      Gracias por tus palabras.

      Un abrazo, amigo.

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  6. Por desgracia todos conocemos (que no necesariamente vivimos) un caso similar, la diferencia es la imposibilidad de expresarlo de una manera tan directa y a la vez tan poética como la tuya.

    Un abrazo!

    Pd: Buena idea el ponerle etiquetas a las entradas, así es mucho más fácil encontrar cosas concretas.

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    1. Muchas gracias, Miguel, es un privilegio teneros cerca y leeros.

      Lo de las etiquetas me lo enseñó a hacer una amiga (gracias, Laura) y otra me enseñará a enlazar en mi blog los vuestros. Soy un desastre que usa este espacio exactamente como un cuaderno de anillas :) Me alegra que vaya bien el etiquetado.

      Un abrazo para ti!

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  7. Cómo sabes tocar las teclas sensibles sin caer en la sensiblería. Hay mucho amor en esa manta sacada a la puerta, pero al mismo tiempo una irremediable determinación. Ojalá no nos veamos nunca en esta tesitura.

    Un abrazo.

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  8. Es justo eso que dices: amor y una "fatal", irremediable determinación. Un desgarro.
    Te agradezco mucho tus opiniones, José Antonio.

    Un abrazo.

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