viernes, 16 de noviembre de 2012

El blues de las siete y veinte


Una anciana vestida de negro, con gorro de lana y guantes agujereados, mete una vara larga, con la punta en forma de gancho, entre los barrotes de una verja que cierra un patio lleno de matojos enredados y de gatos. Es un descampado en forma de cuadrilátero, formado por las paredes laterales de dos bloques de pisos baratos y ruinosos.

Ella se esfuerza en meter bien adentro el palo, alargando el brazo todo lo que puede: les deja comida a los gatos que se amontonan allí dentro pero que, pese al hambre, no se acercan a la reja.

Bajo las medias oscuras se dibujan unas varices gordas como gusanos de seda; los tobillos hinchados rebosan sobre el borde de las zapatillas de fieltro gastado.

La mujer, sus varices, el temblor de su mano, los gatos en su claustro voluntario, valen más que mi horario de oficina, mucho más que los índices bursátiles que en ese momento modelan el mundo.
Me congelo unos minutos en la escena.

Son las siete y veinte, es aún de noche y hace un frío que pela.
Sigo andando apresurada hacia mi trabajo.
Pico tres minutos tarde y mi jefe me asesina tres veces sin moverse de su mesa.

8 comentarios:

  1. La Humanidad se acabará un día en que todos los relojes de entrada al trabajo indiquen que nadie llegó con retraso, porque nadie se paró a mirar una rosa, a un niño, a un anciano...

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    1. Eso sería un buen guión para una película, o una novela de tintes entre catostrafistas y esperanzadores... Me ha recordado "El ensayo sobre la lucidez" y ese casi 70% de votos blancos "... para desespero das autoridades eleitorais...". En tu novela sería un inicio devastador, todo el mundo picando a tiempo :)

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  2. Pero esa tardanza de tres minutos quedó compensada con esa visión que describes con tanta sensibilidad. ¡Ojalá todos tuviéramos un corazón parecido María...!
    Un abrazo y feliz fin de semana.

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    1. Siempre compensa pararse un poco a ver la vida en sus múltiples facetas, y poner el corazón en la mirada para entrar en el escenario, aunque sea un momento.

      Que tengas un buen día, Rafael.
      Un abrazo.

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  3. Está claro que te cambiarías por esa anciana que da de comer a los gatos, pero tú eres mucho más afortunada: tienes la sensibilidad para contárnoslo.

    Un abrazo.

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    1. Es verdad que soy muy afortunada, mucho.
      Sin embargo, algunos días me cambiaría hasta por los gatos del callejón :)

      Gracias, José Antonio.
      Un abrazo.

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  4. Cuántas cosas nos perdemos por estar aquejados por esa enfermedad llamada prisa. Rincones, gente, voces… que merecieron ser vistas o escuchadas. Siempre corriendo, dejando que los minutos, incluso, a veces, los segundos marquen nuestro paso por la vida.

    Gracias, Mare, por congelar la escena. Es tan tú… por eso te admiro y aprecio tanto.

    Besos y un fuerte abrazo.

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  5. Menos mal que nos queda siempre el acto "rebelde" de parar, de no obedecer el toque de pito, de mirar a nuestro alrededor y entrar en un instante de vida compartida...

    Gracias a ti por estar siempre ahí, querida amiga.
    Besos y abrazos.

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