martes, 16 de octubre de 2012

Canto de abejarucos


 
Yo no sé quién es Conrad Schuman.

Hoy me ha llamado para decirme con gritos jubilosos, como de recien liberado de una amarga prisión, que ya estaba aquí, que me esperaba en el bar de siempre para el cafelito y que luego tendríamos que ir al mercado de la calle Feria a comprar mucha comida. Y flores.

Yo no sé quién es Conrad Schuman.
Sólo sé que es una golondrina tardía, rara y solitaria. Siempre llega a Sevilla por octubre o noviembre, huyendo -dice- de su ciudad de frío y nieblas nórdicas. Es sonriente, rosado y tierno como un bebé descomunal. Va por la calle mirando a su alrededor, como si esperara maravillas o milagros. Se para en las esquinas, olfatea el aire y se orienta con maestría hacia el olor a churros y a café. Pregunta a los vecinos los nuevos piropos en uso y los apunta en servilletas de papel que siempre lleva en los bolsillos. Anota todo: piropos, tacos, chistes, poesías, recetas... luego deja los papeles en el mostrador de un bar, en el puesto del pescado o en el banco de un parque. Muchas veces se limpia los mocos con sus escritos y después busca el papel poniendo del revés sus bolsillos y las papeleras del barrio.

A veces llama a mi puerta cargado de flores y de versos escritos en servilletas con anagramas de todos los bares de la zona norte.

A veces desayunamos juntos a las dos de la tarde y me cuenta sus pesadillas. Una recurrente tiene por protagonista a un paraguas azul que murmura gotas de lluvia en idiomas desconocidos y rompe con sus varillas las cuerdas de un violín. Cuando parece que va a llorar, suelta una carcajada, me coge de la mano y tira de mí. Subimos a la azotea a hablar de la inconsistencia de la luz y me recita, arrodillado y sublime, los nombres de las torres y las cúpulas, de los campanarios, espadañas y puentes; y el nombre del rio. Nos sentamos en la plaza junto al muchacho loco que toca la guitarra y Conrad me dice: "Carmen, te quiero", con sus erres arrastradas y dificultosas, y yo sé que es verdad en ese momento de color ámbar y olor a lilas. Entonces sé que llega el final de su primavera.

Yo sueño con un vuelo de abejarucos. Él enciende su pipa y mira con ojos de humo hacia un gris lejano, canta fragmentos de Lohengrin y se queda en la cama mirando el estampado descolorido de las cortinas.

No, yo no sé quién es este hombre delicioso que pierde los zapatos en el parque y tiene infinitas teorías sobre la nostalgia.

Viene por octubre o noviembre y se marcha casi siempre en marzo.

Este hombre es Conrad Schuman.

8 comentarios:

  1. Espero que este año tarde en llegar ese momento color ámbar y olor a lilas y que Conrad pierda el sentido de la orientación y se quede con Carmen para siempre.
    Que relato tan delicioso.
    Gracias por estos caramelos de malvavisco.
    Beso.

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    1. Siempre acaban por florecer las lilas, y quizá es hasta deseable ("...la culpa es de las lilas, que no florecen...", decía A. Pizarnik, tan torturada)
      Gracias por tu comentario, 81, me endulza la mañana esa comparación con caramelo de malvavisco.
      Un beso.

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  2. Quizás cuando Conrad llega y enciende la pipa no sea el momento más ameno para recordar las golondrinas que ya marchan, pero cuando mira a los ojos, cuando pronunca ese "te quiero Carmen" es cuando se produce el milagro de ver de nuevo las mariposas entre las hojas doradas del otoño, en ese color ambarino y rico de matices.
    Un beso a la autora y mi felicitación y un abrazo para Conrad y para Carmen.

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    1. Muchas gracias, Rafael, ya me he pasado a darles ese abrazo: estaban echándoles arvejones a las palomas de la Alameda; Carmen tarareaba una soleá y Conrad sentía frío en los dedos de los pies (había vuelto a perder los zapatos).
      La autora sonríe y te manda
      Un beso.

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  3. ¡Jo, María! Yo quería más... Me quedé prendida en ese color ámbar y las erres arrastradas, en el te quiero, Carmen y llegué a ver las cúpulas de Sevilla desde la azotea.
    Me ha encantado. ¿Habrá continuación en diciembre? Habrá que forzar alguna cita más..., digo yo.
    Felicidades, te ha quedado genial.
    Un abrazo.

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    1. Me dan ganas de ponerle a Conrad unas macetitas de geranios en la ventana de la cocina, y que se quede por aquí ;) A mí también me gusta Conrad y las azoteas y hasta las cortinas descoloridas...

      Muchas gracias, Mafalda.
      Un beso.

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