viernes, 14 de septiembre de 2012

Diario delirante



Domingo: Vengo de muy lejos... Vuelvo a la realidad desde un delirio de sedantes, desde unas heridas que cicatrizan en mis muñecas. La realidad es un vendaje y unas correas. El foco del cielo no me deja abrir los ojos. 

Sábado: Necesito papel y boli para no escribir. Los cuentos perdidos al pie de la fuente se han mojado y busco las historias sepultadas bajo la tinta corrida. 

Viernes: La soledad se me adhiere a la piel del alma y sé que al menos durará cien años. Me duelen las muñecas si tiro de las correas y echo en falta el amor, aunque sea de los tiempos del cólera. Si el amor se contara...

Jueves: Oigo a lo lejos tambores... Sitting Bull ha muerto y hay redobles que lo anuncian en las grandes praderas, para que no se vaya solo y en silencio. Un pitido cercano y agudo aleja los tambores, que se van sonando a hojalata, a tambor de caseta de feria.

Miércoles: Mi espíritu inquieto busca algo, revolotea como una gaviota atolondrada sobre un espacio donde me veo a mí mismo -o a un remedo de lo que soy yo- tumbado y desvalido. Otra gaviota se acerca y me toca la frente, me calma con susurros y mi espíritu vagabundo vuelve. La gaviota tiene manos frescas que transmiten calor, y esa paradoja hace que me olvide del tabaco. Y del espíritu. Y del cuaderno de cuentos.

Martes: Quiero dar la vuelta al mundo, cometer varios delitos, dormir en Copacabana y desayunar diamantes con Audrey Hepburn ante un escaparate de Tiffany. Un hombre se me echa encima y me palpa el cuerpo. Llamo sin voz a la gaviota de manos reconfortantes para que me libere, pero ella está lejos, por Singapur, creo... En algún momento grito y la gaviota llega desde tan lejos y manipula mis sistemas de goteo, inyecta algo, corrige botones de los monitores, alisa mis sábanas... Estoy seguro de sentir sus labios de seda sobre mi frente y sus dedos en mis labios. Empiezo a deslizarme hacia un pozo donde vive un sapo que mira el rayo de luna con ojos saltones... 

Lunes: Esta noche iré a bailar, la orquesta de la plaza del pueblo trae ritmos calientes, oigo por la ventana un cha cha cha y puedo imaginarme abrazando, con la bendición de la música, a las chicas de faldas cortas y flequillos largos... y se joderán mis colegas que me dejaron solo, porque a lo mejor la gaviota suave también baila y sus manos capaces de absolver las heridas más profundas me acarician la nuca... El filo de una navaja pasa cortando las venas de mis muñecas, lo noto frío y preciso y, por comparación, la sangre sale más caótica y caliente, oigo pasos, gritos, aporrean la puerta... ¿Dónde están mis colegas? Las correas me protegen de la rebelión de mi cuerpo, me sujetan a un ancla dura... Quiero seguir mi peregrinaje delirante, pero se difuminan las escenas y se concreta el dolor... 

Domingo. Vengo de muy lejos... ¿Dónde están mis cuadernos?

2 comentarios:

  1. Después de leer detenidamente este "amago de diario", me quedo, (porque me ha impactado), con el último día: "Domingo. Vengo de muy lejos... ¿Dónde están mis cuadernos?"
    Un abrazo.

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  2. Es una manera de volver a conectar con el amarre de la realidad -los cuadernos como noray salvador- después de naufragar en un proceloso delirio.
    Los cuadernos siempre son un buen flotador :)

    Un abrazo, Rafael.
    Mil gracias.

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