lunes, 17 de septiembre de 2012

El viaje al otro lado


Mi vida amanecía gris plomo con tanta frecuencia, que pensé de pronto irme unos días a otro escenario. Metí a mi gato en su caja de viaje, preparé una bolsa con poca ropa y algunos libros, cogí las llaves del coche y salí hacia la vieja y abandonada casa de mi familia, en una playa lejana.
Conducía con cuidado de no sobrepasar el límite de velocidad establecido, ya tan mermado. Iba inmersa en sentimientos de plomo cuando, a unos doscientos kilómetros de la ciudad, me paró un grupo de la Guardia Civil haciéndome señas para que me apartara al arcén. Me asusté por pura costumbre de asustarme ante un uniforme y me orillé siguiendo las indicaciones; pero, ya antes de parar del todo, me di cuenta de que ellos sonreían y me hacían señas de nuevo, esta vez para que siguiera adelante. Mosqueada, frené y bajé la ventanilla. Se acercaron dos muchachos jóvenes.

- ¿Qué ocurre? Querían que parara ¿no?

- Sí, señora, pero puede seguir.

- ¿Por qué me pararon, entonces?

- Estamos haciendo un control. Y usted no parece... rara ni peligrosa...

Los dos nos miraban sin interés a mí y a mi gato, que maullaba nervioso y trataba de sacar la cabeza a empujones por los agujeros de su jaula. Al decir la palabra "rara", se fijaron en mi extraño peinado y sonrieron más: yo me había recogido todo el pelo encima de la cabeza con una gomilla y parecía talmente un samuray.

- Es para que no me moleste la cola en el respaldo del asiento... -Expliqué, sin ninguna necesidad-

- Bueno... Pero delincuente no es ¿Verdad?

Sonreían cada vez más abiertamente.

- No, no he delinquido, no he tenido oportunidad...

- Siga, siga.

Y se fueron a seguir ellos trabajando con su grupo.

Salí del arcén sintiendo un alivio confuso, en cuyo centro mismo se gestaba por momentos un núcleo de frustración, una molestia dura. Empecé a bombardearme con pensamientos destructivos de este tipo: "soy invisible para todos, hasta para la Guardia Civil. Claro, una mujer mayor que no da problemas a nadie no es nada. Si ni mis hijos se interesan por mí, si ni siquiera ellos me ven... Como soy una madre sana y autónoma, como soy una madre tan cómoda... Mis hijos ¡menudos...! He criado tres éxitos sociales: tan convencionales, tan prestigiosos, tan considerados en sus ámbitos respectivos; todos tan bien situados y tan ajenos a mi cariño, tan lejos de mis brazos y de mis besos, tan ignorando mi presencia... Como esos muchachos de la Guardia Civil." Y seguía y seguía en este bucle de consignas negativas.

Digo esto porque, aunque en ningún caso justifica lo que hice luego, en cierta forma lo explica. Yo sola me fui caldeando, me fui entristeciendo también y, finalmente, me acabé cabreando.

Veinte minutos después paré en una estación de servicio para repostar y vi la ocasión de delinquir, esa que aún no había encontrado, según le dije al agente un rato antes. Decidí hacerme visible poniéndome al otro lado de la ley y el orden. Paré junto al surtidor, llené el depósito, saqué del maletero una llave inglesa grande que había allí no sé por qué y entré a pagar. Pero entre la entrada y el mostrador fui golpeando a mi paso todas las estanterías de comestibles, refrescos, revistas y chucherías del establecimiento, todo lo que encontré a mi alcance, mientras el empleado me miraba atónito e inmóvil. Dejé la llave inglesa en el mostrador junto con los treinta euros de la gasolina, di las gracias al dependiente, salí, me metí en el coche, arranqué tranquilamente y me fui de allí. Tres kilómetros más allá me pararon los mismos guardias de antes, esta vez haciéndome señas desde las motos y con aspecto ahora muy serio: los pobres parecían preocupados, apenados incluso, diría yo.

Llevo dos días en el calabozo de los juzgados pensando en mi arranque insensato. Se llevaron a mi gato pero dicen que está bien atendido y que me lo traerán cuando se resuelva mi caso. Me han dicho que mis hijos y mi yerno (¡otro tontaina!) están solucionando el asunto. Supongo que estarán avergonzadísimos de mí y que resolverán enseguida todo sin que haya publicidad, sin que la cosa llegue a oídos de sus amigos.

Por fin vienen a comunicarme que me esperan arriba para llevarme con ellos. ¿Cómo habrán reaccionado? Tendré que contener las ganas de reírme cuando les vea las caras, para no torturarlos más.

HISTORIA CLÍNICA Nº 4.613
Josefina García López, 62 años.
Paciente ingresada por orden judicial en esta unidad para valoración psiquiátrica. Dada su condición de detenida, la paciente está en la clínica con custodia policial. A su alta, informar al juez de guardia para su traslado a sede judicial.
La familia nos requiere el informe para iniciar un proceso de incapacitación civil.

7 comentarios:

  1. Jejjeje, qué bueno, María.
    ¡Vaya si Josefina cambió de escenario! Está bien eso de hartarse de ser 'una buena y cívica chica', aunque se tengan ya 62 tacos, jajaja...

    La verdad es que mientras aporreaba las estanterías de la gasolinera, no sé, se me iba colando a mi una especie de empática satisfacción y una enorme simpatía por Josefina. :) ¡Qué a gusto se debió de quedar!! jajaja

    Besotes.

    Mar.

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  2. María, he tardado un cuarto de hora (sin exagerar) en publicar el comentario y no sé lo que puedo tardar con éste... Cada vez está más difícil lo de la verificación de palabras... Bueno, lo mismo es que me estoy convirtiendo en un robot, jajaja

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  3. Sabes dejar en tus letras ese fondo agradable, a pesar del final, para que la sonrisa aflore a los labios. Excelente escrito que como siempre, he disfrutado en su lectura.
    Un abrazo.

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  4. Anda, que yo no sabía que en este blog había que hacer eso de la verificación de palabras, nunca puse eso ni nada: debe ser que sale por defecto. Pero seguro seguro que tú nunca te convertirás en robot :)
    La pobre Josefina, ya ves, le salió mal la jugada. Apuesta por hacerse visible de forma contundente y acaba en vías de incapacitación. Sí, a mí también me cae bien esa mujer "normal" que de pronto da un grito para espantar su silencio gris.
    Muchas gracias, Mar.
    Un beso y buen día.

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  5. Gracias, Rafael. Cuando lo escribí pensé que no sé ser una delincuente sensu stricto: pongo a Josefina a romper cosas y luego paga su gasolina, saluda educadamente y créeme que hasta le sonríe al dependiente pidiendo excusas mudas por el susto que le da y el desaguisado que produce.
    Me alegra que lo disfrutaras y agradezco mucho tu opinión.
    Besos y buen día.

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  6. María, ¿estás ahí?

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    Respuestas
    1. Ahora sí, José María.
      He vuelto a este lado del espejo desde otro mundo, un mundo cercano de caminantes con mochilas que "descubrí" hace tres años y en el que reincido encantada cada año. Puro divertimento y salud mental.
      Tu pregunta, tu llamada, me hace sonreír emocionada.
      Mil gracias.

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