sábado, 18 de agosto de 2012

Llaman a la puerta


La familia está reunida en el salón. La noche cerró hace mucho en oscuridad total y la casa está igualmente cerrada, por el mal tiempo -un diluvio, en realidad- y por las revueltas en las calles. 

A veces se mueve una cortina y todos miran en su dirección, por si una rendija olvidada deja pasar un refilón de tormenta o la mirada de un extraño. Se escuchan tiros lejanos, coches que aceleran y derrapan, sirenas, gritos confusos... 

El río sigue creciendo y creciendo: bajo el salón mismo, el rumor sordo del agua aumenta como un trueno subterráneo, sube hacia el suelo y todos, instintivamente, levantan los pies, sobrecogidos por la inminencia del desastre. Mantienen elegantemente la compostura, pero el miedo se pega a sus rostros como una niebla espesa: se saben aislados y desasistidos entre un río indómito y el pillaje desbordado. O viceversa. 

Entonces alguien llama a la puerta con tres golpes secos como aldabonazos: todos gritan, la abuela suelta de golpe la taza de su infusión, que se hace trizas. La madre se levanta y apaga la tele; repite una vez más que se van a prohibir en la casa las películas de miedo y sale a abrirle la puerta a la vecina del piso de al lado que, como cada noche, viene para la partida de bingo.

4 comentarios:

  1. Como siempre tienes al lector, (en este caso a mi persona), en vilo hasta llegar a esas letras finales, donde nuevamente el humor y la ironía ponen las cosas en su sitio.
    Buen trabajo, felicidades por el mismo.
    Un abrazo y feliz noche.

    ResponderEliminar
  2. ¡¡Buen día, Rafael!!.
    Siempre me alegra encontrar tu opinión, que es tu visita. Eres como un faro en el mar de mis pamplinas :)
    Muchas gracias por tu presencia.

    feliz día y un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Es estupendo, qué suspense y que buen cierre del relato. Gracias.

    Me perdonarás que como siempre, me ponga pesado. Me recordó "La cena" del poeta cubano Manuel Díaz Martínez:

    Mi abuelo se sentó a la mesa con su muerto al lado.
    No levanté los ojos de la sopa:
    sabía que él también estaba muerto...

    Menos mal que la que llamaba era la vecina para jugar al bingo.
    Feliz tarde.

    ResponderEliminar
  4. ¡¡Impactante!! No lo conocía... Como siempre, me dejas auténticos tesoros en mi puerta.

    Muchas gracias a ti por esa opinión tan buena del "cuentecito". Siempre tengo grandes dudas sobre mis textos, aunque al final los cuelgo igual, en franca dialéctica conmigo misma :)

    Yo espero que esa partida la ganara la abuela, por la apasionada rotura de su taza de -pongamos- manzanilla.

    Feliz noche, 81.

    ResponderEliminar

Gracias por dejar tu comentario.