sábado, 7 de julio de 2012

Era tan idéntica a mi sueño......


Llegué a Sevilla a finales de un septiembre lluvioso para empezar la tesis.

Encontré alojamiento en una calleja oscura y húmeda del centro que se llamaba Callejón del Futuro y ese nombre me pareció un buen presagio. Era una casa muy vieja con habitaciones alrededor de un patio en ruinas y en los dos pisos altos que rodeaban el patio; todas estaban ya ocupadas por estudiantes con un poder adquisitivo similar al mío, supuse. La dueña, Meri, me dijo que podía quedarme en una especie de desván por el que, necesariamente, los inquilinos pasaban de camino a la azotea a tender o recoger ropa. Pero era barato, podía cerrarlo por la noche y además me permitía usar como salita el descansillo de la escalera. Me quedé allí. 

Empecé mi rutina académica en la Facultad, conseguí una mínima ayuda económica dando clases de siete a nueve en una academia cercana y me iba haciendo a la ciudad extraña a fuerza de pasearla muchas horas.

Me pasaba los días leyendo, escribiendo y comiendo galletas surtidas. Galletas y café eran la base de mi dieta. Fumaba Ducados como un poseso y siempre tenía al menos dos cigarrillos encendidos. 
Vivía en un cuchitril sórdido, mi tesis estaba estancada, haber bajado varios cientos de kilómetros desde mi ciudad no aclaraba en nada el gris oscuro de mis días, que eran un naufragio en el que me ahogaba. Mi vida, en resumen, era una mierda aquí como antes lo era allí. A veces me asomaba al ventanuco y aullaba.

Una noche salí tarde a andar por el barrio, le di una patada a una lata y el borde serrado de la tapa me cortó un tajo por encima del tobillo. En las urgencias del Centro de Salud me pusieron un calmante y me pasaron a la sala de curas. Allí encontré a la mujer de mis sueños: gordita, con las mejillas sonrosadas, el pelo rubio recogido en una coleta y ojos azules enrojecidos de cansancio; entró con bata, guantes y sonrisa, me saludó y me explicó que me iba a coser esa herida y a vacunarme. Era tan idéntica a la que yo soñaba que dudé de su autenticidad como dudé de mi buena suerte. Aprovechando la prerrogativa que concede el dolor, le cogí varias veces la mano para cerciorarme de su realidad carnal. Cuando luego pasó a darme el alta le supliqué que me dejara volver a verla y, aunque sorprendida, me citó para la tarde siguiente.

Esa noche empecé a nadar con brazadas fuertes hacia el puerto azul que me ofrecía su mirada tranquila, y el entusiasmo que puse en salvarme no me dejó dormir.

Pese a mi pie hinchado, prácticamente llegué volando a la placita donde habíamos quedado. Me había acicalado para la ocasión con mis vaqueros menos gastados, un jersey nuevo y una bufanda que me había hecho mi madre y que nunca usaba, pero pensé que le gustaría la combinación de azules y grises tejidos en rayas finas. La vi acercarse con vestido rojo y chaqueta y medias negras. Nos dimos la mano muy educados y fuimos a pasear al parque; cuando acabamos de soltar exclamaciones admirativas sobre los grandes ficus y magnolios de la etapa americana, le propuse ir a mi casa a merendar.

Me di cuenta de mi error apenas cruzamos la cancela. Mientras se hacía el café hablamos con desenfado fingido de cosas insignificantes y ella me miraba con sus ojos azules en los que mis brazadas se hacían menos seguras por momentos. Con las tazas humeando en la mesa cogí la guitarra del rincón y empecé a arpegiar una canción de Silvio Rodríguez; ella canturreaba bajito acompañándome mientras su sonrisa se hacía triste, triste. La acompañé hasta la puerta de su casa y me dijo hasta pronto con el tono de dejarme en mi naufragio ya para siempre.

Volví pateando piedras todo el camino, sintiendo tristeza por esos momentos mágicos que de pronto se deshacen sin saber por qué... Abrí la cancela de hierro haciendo todo el ruido que pude y subí de tres en tres los peldaños de la escalera a mi guarida. Lloré mucho rato.

2 comentarios:

  1. Bonito sueño con final triste, aunque fuera solamente fruto de esos instantes y que luego, la realidad volviera a su comienzo.
    Bien relatado y siguien un desarrolo coherente. Felicidades.
    Un abrazo en la noche.

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  2. Una historia anónima de ilusiones, decepciones y fracasos anónimos.
    Como tantas, una de tantas...
    Un abrazo enorme, Rafael.

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