martes, 31 de julio de 2012

Como deslavazado


Una llamada de mi amigo Juanjo mientras desayunaba me ha fastidiado el despertar, además del café con leche y la tostada, que acabaron fríos. Después de preguntarme cómo estoy y todo eso, ha empezado a criticar, de sopetón, mi aislamiento, mi desapego, mi mutismo y mi conducta francamente asocial en general... Todo ello dicho en tono amorosamente reprobatorio, como haciéndome responsable, por mi alejamiento del mundo (frase también de su cosecha) de cuantos males acechan a este nuestro planeta. 
Yo, que empecé la conversación feliz, me encontré de pronto elaborando excusas y sintiéndome malísima. Juanjo me dió el tiro de gracia al despedirse, diciéndome que me estoy convirtiendo en una "psicopataza". Me quedé pasmada y me fui al Diccionario de la RAE a ver exactamente en qué me estoy convierto en opinión de mi amigo.


El día, recibido en estos términos, ya siguió así todo el tiempo, como roto, como deslavazado...

Mis hijos me dejaron plantada con la palabra en la boca cuando yo trataba de iniciar una somera campaña pro-reparto más equilibrado de las tareas domésticas.
Me puse a preparar la reunión de esa tarde y, ni encontraba los documentos -que, estaba segura, había llevado a casa- ni encontraba argumentos en favor de mis posiciones.
Preparé una comida buenísima que mi hijo pequeño se zampó sin decir ni mu, para retirarse de inmediato a su autismo particular en su cuarto. Los otros dos no vinieron a comer.
Se me rompió el coche. El autobús iba repleto de gente grande y colorada: un partido de fútbol, me dijeron; casi me ahogo entre la multitud con bufandas verdes y la lujuria vegetal de las jacarandas de la avenida, con su lluvia morada.
Llegué tarde a la Facultad, la reunión fue dura, durísima, y me dejó un poso de abatimiento y mucho cabreo.
Al salir vi varias llamadas perdidas de mi ex, que a veces me invade discretamente, por aquello de que sin ti no puedo vivir pero contigo me muero.

En fin, un día de esos que te envuelven y te oprimen como si fueran una boa constrictor.

Al volver a casa, mis hijos no están y ninguno ha tenido la deferencia de dejar una nota. No sé si quiero llorar, comer o fumarme un canuto. Tengo suerte: en el dormitorio del chico, en su escondite habitual, encuentro la bolsita de marihuana y un librillo de papel Smoking. Me llevo todo al balcón y me lío un cigarrillo fino, como a mí me gustan. El humo azulado sube lento hacia la cúpula contaminada de la ciudad; lentas y silenciosas me caen unas lágrimas despistadas cara abajo.
"¿Hay vida después de los hijos?", clamo. Al parecer, he clamado en voz alta, porque de inmediato me responde una voz desde arriba: "hay, Carmen, pero es bastante chunga..." 
No, no es Dios, sino Carlos, mi vecino de arriba, que estaba también fumando en el balcón.

El día, finalmente, se va disolviendo en somnolencia.
Cuando mis pensamientos se hacen menos pesados que el humo me voy a la cama.
Quizá tenga razón Juanjo, después de todo.

2 comentarios:

  1. Un día que parece una rutina, (como cualquier día), sin embargo lleno de matices, de pequeñas cosas que alteran el ánimo ó que dejan indiferente. Una narración perfecta de una jornada en la que el personaje, sin apenas despejar el sueño, se ve sorprendida por la llamada del amigo y esos reproches tratando de animarla a ser más participativa y que culminan en una despedida con una frase que "anima" aún más a la protagonista.
    Luego viene ese rosario de acontecimientos, de pequeños versos y contrapuntos de un día cualquiera, hasta que al final, lía un canuto y sale al balcón para preguntar, (y preguntarse) "si hay vida después de los hijos".
    Felicidades por tu trabajo María.
    Un abrazo en la noche.

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  2. Tus comentarios a mis pequeñas cosas son mucho mejores que los textos que los suscitan, les das "relieve" y me gustan...
    Te lo agradezco enormemente.
    Un abrazo, Rafael, te deseo un día luminoso (o masticable cuando menos).

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