lunes, 16 de julio de 2012

Adios, Luis.


Anoche decidí que me iba de casa.
Hoy estoy en un cuarto de hotel sentada ante la mesa escribiendo una carta, y no sé qué decir, porque sólo pienso en lo aburrida que ha sido mi vida con Luis... Pero empezar una carta de despedida, después de veintitrés años, diciendo: Adios, Luis, me voy porque no puedo seguir viendo tu cara ni un día más... pues no, lo encuentro frío y feo, debería darle algún tipo de explicación, algo más contundente que el mero aburrimiento de su presencia insulsa.

Doy una vuelta por el cuarto mientras encuentro un hilo argumental más adecuado a mi drástica decisión, algo que justifique de una forma más airosa y más presentable el fin de nuestra vida compartida, de todo este tiempo juntos... ¡Tanto tiempo!.
Me distrae un reloj. Es uno grande tipo cocina, muy feo, y seguramente está desorientado, o deshorientado; francamente, no sé qué pinta un reloj de estas características en el cuarto, le debió sobrar a alguien en su casa y lo puso ahí... Se escuchan los bajantes a cada rato en esta habitación.

Vuelvo a hacer otro intento, esta vez un poco más cordial: Querido Luis, he decidido irme de casa porque nuestras vidas parecían estar algo estancadas en la monotonía... Esto es pura literatura barata. Nuestras vidas ya estaban así apenas volvimos del viaje de novios, una semana en Granada que me pareció un sueño. Él iba tan arreglado esos días, con la raya del pantalón impecable, tratando de mantener los zapatos fuera de los charcos de noviembre, con sus manos casi siempre limpias, en fin, que iba muy pulcro, hasta elegante diría yo. ...

Mira, Luis, sé que no esperabas esto, pero creo que lo mejor que podemos hacer en estos momentos de nuestra vida es tomarnos un respiro y pensar qué queremos... No, tampoco va bien así; en todo caso yo tengo esa necesidad, no él, que quizá nunca la ha sentido ni de lejos siquiera. Sin duda los días aquellos de Granada han sido lo mejor de nuestra vida en común, es penoso decirlo, pero es lo que hay. Y lo mejor de todo era su mirada de entonces, una mirada embobada y perpleja, como de estar descubriendo en mí una especie de milagro todo el día. Sí, eso era bonito y estimulante.

Luis, me voy de casa unos días para pensar. Te preguntarás en qué tengo que pensar: la verdad, no lo sé. Pero anoche te miraba mientras dormías y me entraron ganas de salir corriendo. Por eso... ¿Por eso qué? Se va a quedar de piedra, el pobre, venirle encima esta historia sin imaginarse que yo estaba ya harta de vivir en la rutina con él. No me gusta este final, es un poco mezquino después de tanto tiempo. Es también como de tonta; dirá, con razón, que tendría que haberme dado cuenta antes de lo mal que estaba en casa. Me enternezco aún cuando pienso cómo íbamos andando por la calle Calderería Alta, muertos de risa dando tropezones en los adoquines. Luis era bastante alegre entonces.

No hay nada más lento que este reloj. Recorre su círculo oxidado con la misma parsimonia que los relojes de las estaciones y los de los hospitales, que son lentos, lentos, los más lentos de todos los relojes. La aguja grande cae en cada punto del minutero con un plock grave. Me paro y veo salir los minutos, densos, haciendo plock, plock, plock, como si fueran gotas de mercurio que cayeran a un pozo. Es muy lento este reloj.

Luis, sé que te voy a dar un disgusto y lo siento mucho, pero he decidido irme de casa. No lo he hablado contigo porque me resulta muy doloroso y ya sabes que yo, en cuanto empiezo a hablar, me lío, lloro y ya no sabría cómo explicar esto que me pasa...

Desde la ventana miro la mesa y los papeles y me veo de espaldas escribiendo estas cartas que no sé seguir, que no puedo seguir... Pensádolo bien, ni siquiera sé ahora si las quiero seguir. Es que yo nunca sé despedirme de nada, por eso siempre me siento medio atrapada en mis propias redes de incertidumbres.
Seguro que, si me doy prisa, todavía llego a casa antes que Luis, preparo una comida rápida y, ya en otro momento, pienso en esta situación.
Sí, eso, mejor lo pienso otro día.

6 comentarios:

  1. Uf, uf... es que mira que son difíciles las despedidas; es mejor no pensarlo, o sale una corriendo o no hay nada que hacer ;)) La habitación de un hotel no es el mejor lugar para meditarlo (creo yo)...

    ¿Qué tal ésta? A ver qué te parece... rebobino (con tu permiso;)

    "Hola, Luis:

    Mientras hiervo unos macarrones para comer pensaba en ponerme mis mejores galas para ir a saltar adoquines a Granada, ¿vienes? Luego podemos hacer... ya sabes... eso que nos gustaba tanto en la misma habitación de aquel hotel con el reloj de cocina que nos hacía reír hasta que nos dolían las mandíbulas...

    PSD: En caso de que no te animes, tendré que irme yo sola y... hum, prácticamente lo tengo casi decidido..."

    ;D

    Un abrazo.

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  2. Esta parte de una relación ¿cómo la abordamos?, ¿escribiendo?, ¿mirando a los ojos?, ¿huyendo y buscando el silencio?... O quizás, como indicas en tu relato, concluyendo que lo mejor es: "...darse prisa, porque todavía llego a casa antes que él/ella, preparo una comida rápida, (o lo que sea), y, ya en otro momento, pienso en esta situación..."
    Un abrazo en la noche.

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  3. Estupenda alternativa, Mar :). Me encanta eso de replantear el cortejo mientras se hacen los macarrones. Esa mujer tiene bien elaborado su "diagnóstico" de situación y parece saber que quiere continuar; es decidida, optimista y resuelta.
    La mía -pobre- se debate en una maraña de contradicciones y ni sabe qué prefiere...
    ¡Cuántas maneras de enfocar el mismo asunto!
    Muchas gracias por dejar esa visión :))
    Un abrazo, Mar.

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  4. Ya ves, Rafael, Mar nos ha dejado una manera mucho más "alegre" y con elementos para reiniciar.
    Esas partes de las relaciones son siempre de difícil abordaje, por muy pirata que se sea :)
    A mí me seducen bastante los personajes indecisos, los que bordean la vida sin saber bien por dónde y hacia dónde andan... También en las despedidas.
    Un abrazo, Rafael, muchas gracias por tu comentario.

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  5. Sí, quizás Mar tenga razón. ¿Volvemos al Paraíso o me vuelvo yo sola con la serpiente? Quizás allí la encuentre ahora en la persona de un médico argentino.

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  6. :) El problema es volver al paraíso por decreto; y encontrar a la serpiente -en cualquier forma- no es tarea fácil.

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