miércoles, 2 de mayo de 2012

Una espalda desconocida en sábanas amarillas



Me despierto con frío en una cama extraña de sábanas amarillas que caen por un lado hasta el suelo. Tengo la boca seca, la mente desorientada, un gong dentro de la cabeza y, lo peor de todo, un cuerpo junto al mío. Me quedo quieta tratando de saber dónde estoy y por qué estoy allí -donde quiera que sea- en esa cama y en esa casa; y de quién es ese cuerpo que duerme a mi lado vuelto de espaldas, respirando casi sin ruido.

¡¿Qué había hecho yo la noche anterior, por Dios?!... No tengo ni idea y me está empezando a torturar la sed acompañando al dolor de cabeza. Parece que tenga arena en la boca y un camión aparcado sobre la frente. Cierro los ojos en un intento de que desaparezca esa escena de cama ajena conmigo dentro. Pero cuando vuelvo a abrirlos todo sigue igual.
No quiero moverme, ni casi respirar. Tengo a un palmo de mi cara una espalda desconocida y distingo todas las vértebras que caen en mi campo visual, las costillas del lado izquierdo moviéndose arriba y abajo. Me fijo en un grano purulento en la zona escapular izquierda y de forma instintiva mis manos se acercan queriendo estrujarlo: por fortuna, paro a tiempo los dedos ya preparados en pinza.

Necesito agua; fantaseo con una fuente donde meter la cara y con un tazón enorme de café que me absuelva del desconcierto de hoy y del olvido de anoche.

De pronto pienso que tendría que ir a trabajar, aunque no sé el día que es. Miro el reloj ¡¡son las 07.09h. y yo entro a mi trabajo a las 08h!! si consigo saber rápido dónde estoy podría pedir un taxi y quizá llegar a tiempo. Necesito salir de la cama y encontrar el baño, agua, un teléfono, mi ropa... Pero no quiero moverme para que el dueño de la espalda no se gire antes de que yo pueda entender algo.

Anoche...Anoche...
Estamos en feria. Sí, anoche fui a la feria con mi compañera de piso y unos amigos. ¿Qué más? Habíamos quedado en la caseta de otros amigos y al rato llegaron unos chicos que trabajan en la radio; mi compañera los saludó y nos presentó a todos. Uno era guapísimo. Yo recuerdo que estuve bailando bastante con uno de ellos, no sé cual; bebí algún gintonic, o varios, porque tengo una visión de mí misma sosteniendo un vaso largo de líquido transparente con cubitos que yo no paro de mover porque me gusta oír el tintineo del hielo en el vidrio.
Así que bebí, bailé...
El guapo me decía algo, creo que me tiraba los tejos y que empezamos a tontear, aunque yo sabía que le gustaba a una de mis amigas. Recuerdo que de pronto uno me alargó la mano y yo, tontamente, le puse dinero para que pagara algo en la barra; muerto de risa, me devolvió el dinero y me dijo que lo que quería era mi mano para empezar a caminar. Yo cogí esa mano y echamos a andar por calles estrechas, riéndonos, coqueteando... Yo tenía frío y él -quienquiera que sea- me puso su chaqueta y me dijo que su casa estaba allí al lado.

¡¡Por Dios!! No me puedo creer que me acosté anoche con alguien a quien ahora no recuerdo. No me dice nada esta espalda, salvo que estoy muy loca. Debería despertarlo y pedirle ayuda para usar su teléfono y llamar un taxi; para que me de una toalla y me encienda el termo para ducharme ¡¡Y ni siquiera sé su nombre!! Miro de nuevo el reloj: las 07.39h ¡madre mía, tengo que moverme ya! Rozo de arriba abajo la columna vertebral que tengo delante de mis narices y digo discretamente en voz baja “buenos días”, él se mueve, empieza a girarse -¿quién será este tío?- se para en medio del giro, insisto: “perdona, necesito llamar a un taxi... ¿tienes teléfono?” se vuelve del todo: es el guapo. Me mira, sonríe, me abraza. Dice que él me lleva al curro y prepara café mientras me ducho.

Llego tarde al trabajo. Muy tarde.
No encuentro consuelo para mi cabeza: ni para el dolor ni para justificar mis disparates.
Me digo que jamás volveré a pisar la feria...
En fin, que no la pienso pisar más este año...
Bueno, que seguro seguro, esta noche no voy a ir a la feria...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por dejar tu comentario.