domingo, 8 de abril de 2012

He perdido un árbol


La gente pierde cosas continuamente. Es lo normal.

Se pierde fácilmente una entrada del cine, monedas, la cita del médico, el carnet de identidad, la cartera, el bolso, las llaves de casa y, por supuesto, se pierden gafas y paraguas todos los días... 

Yo hoy he perdido un árbol. No era gran cosa como árbol, es verdad: no era un ficus frondoso de los que dan sombras amplias y frescas, ni una palmera que rozara el cielo con sus grandes hojas de dedos abiertos, ni un ciprés solemne, ni un limonero brillante y alegre... No, es cierto que no era un árbol de buen porte en el que alguien extraño reparara y pudiera alabar.

Era una acacia escuálida de ramas vencidas, con cortezas pardas descascarilladas en su tronco, con hojas de un verde grisáceo, como tristonas, que caían con la brisa más breve... 
Era un árbol de tierras duras y se había endurecido, como sus hermanas del jardín.

Estaba en plena floración amarilla. 

Noté algo extraño al sentarme esta mañana con el café en el banco del jardín, y enseguida me di cuenta de su ausencia porque eché en falta su sombra desgalichada entre las otras. Entonces vi el muñón recién cortado, astillado en tonos ocres y rojizos, como sangrantes... Me asomé a la baranda y vi a Alonso, el jardinero que a veces viene a limpiar, alejarse calle abajo arrastrando ese árbol... Parecía un Cristo cansado, con el tronco al hombro y barriendo la calle con las ramas llenas de flores de la vieja acacia, que a su paso iba dejando un reguero de polvo amarillo en el asfalto. Le pregunté por esa tala y me dijo que el árbol estaba enfermo y estropeaba la tapia, que no servía para nada, que mejor así, que uno menos... No pude contestar nada.

Al girarme para entrar en la casa a poner otra cafetera, tropecé en el tocón herido y caí de rodillas en la grava. Me hice varios rasguños.

Hoy he perdido un árbol. También he perdido su sombra pequeña. 

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