viernes, 13 de abril de 2012

Algeciras



Al entrar en Algeciras me equivoqué de carretera y me metí en una que llevaba al puerto. De pronto me encontré con el coche dando vueltas entre enormes grúas, camiones, contenedores mastodónticos y un caos de gente y ruidos... Los barcos de carga se alineaban, grises sobre grises, tapando la línea del horizonte. 
Me entró pánico cuando llevaba más de diez minutos sin poder orientarme en aquel disparate, hasta que vi un indicador de salida a una calle cualquiera, desconocida para mí como toda esa ciudad... salí por allí. 

Luego seguí perdida por calles y plazas, pregunté mil veces por la estación, me decían la situación con datos y referencias claras, me enteraba, salía a hacer ese recorrido que creía definitivo con cierta esperanza y, al cabo de unos minutos, me daba cuenta de que, nuevamente, me había extraviado. No encontraba la estación de autobuses aunque desde algún punto en que pregunté alguien me señaló la torre y me dijo que era allí. Después de muchas vueltas, finalmente llegué.

Llegué tarde a la cita. En la puerta de esa estación semifantasma no estaba él esperándome. Paré el coche y salí corriendo con la esperanza de encontrarlo dentro, sentado en la cafetería o en un banco de los andenes... pero no estaba. Cogí el teléfono, miré su nombre y su número, lo dejé de nuevo en mi bolso. Unas chicas llegaron en moto, se reían a carcajadas. Me metí en el coche y salí despacio de esa calle, di unas vueltas pensando qué hacer y, como ya me daba igual el tiempo, paradójicamente salí sin problemas a la carretera. Vi el indicador de Tarifa y sin pensarlo me fui allí.
Sabía que ya esa noche todo me daba igual. 
Sabía que al día siguiente todo sería importante y sabía lo mucho que echaría de menos muchas cosas.
Sabía que las oportunidades perdidas son resentidas y no llamarían de nuevo a mi puerta, y que la iban a olvidar. 
Sabía que la sangre va por arterias rojas y sabía que esas arterias no se deben abrir.
Sabía que al día siguiente necesitaría un bolígrafo enseguida para escribir cosas que no le interesan a nadie, ni a mí misma, pero que lo necesitaría como la sangre que no dejo salir y como la linfa que no sé qué hace ahí dentro. 
Sabía que mis mensajes telepáticos no traspasaban la pared del cuarto de hotel barato, desde donde veía las luces de Tánger encenderse entre mis dedos abiertos en los cristales.

A los dos días volví a casa, llevaba conmigo el frío más polar.

Conté una historia falsa sobre una interesantísima reunión de ornitología que nadie se creyó.

Solté mi carta en el agua antes de dejar Tarifa, justo en el punto en que se unen y se separan Medierráneo y Atlántico...
Allí seguirá, presa de corrientes enfrentadas, deshecha ya, plancton de tinta y celulosa...


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