domingo, 4 de marzo de 2012

El mercado


 
En medio de la planicie quieta y deslucida de la vida en el pueblo, el mercado de los domingos pone una nota colorista y ruidosa en el fin de semana.
 
El mercado empezó como un mercadillo típico de aldea veraniega: unos cuantos puestos de frutas y verduras, uno de chucherías y frutos secos, otro de pollos asados -para regocijo nuestro, capaces de hacer colas inmensas a 40º a pleno sol, con tal de no tener que meternos un día en la cocina-, y poco o nada más. Ahora el mercado es una especie de acontecimiento semanal al que viene gente de toda la comarca a comprar cosas que podría comprar en cualquier sitio.
Hoy fui y me quedé pasmada. Me recordó un zoco. Los puestos no sólo copan la plaza y calles adyacentes, sino que ya, prácticamente, se salen del pueblo por la carretera que lo cruza en dirección norte. Aparte de las frutas y verduras y las golosinas y los pollos de siempre, ahora hay ropa y bolsos de marcas de imitación, zapatos de todo tipo y pelaje, juguetes de factura china llenos de luces  destellantes, comidas elaboradas, papelería, droguería, churros -¿quién desayuna a esas horas? a las 13,15h. seguían aún friéndo churros, en competición olorosa con los pollos, que se asaban al lado dando vueltas en sus pinchos ante la placa de fuego-
 
Ya más alejados de la plaza, algunos puestos de artesanía: cerámica y cestos de caña y esparto. Luego, uno de especias marroquíes dispuestas en pirámides de colores preciosos; ahí me paré a comprar canela, porque quería olerlo y ver lo bonito que estaba todo, y entonces me di cuenta de que, justo al lado, en el suelo, había un tenderete de artículos de golf: palos, pelotas, gorros con insignias de clubes que deberían ser conocidos (ni idea)... El asunto es que los ingleses de ese tenderete protestaban, en un español lamentablemente chapurreado, sobre "esa gentuza que viene de tan lejos a vender sus cosas", aludiendo a los marroquíes de al lado, en voz alta para que los escucháramos. Aunque no hablaban conmigo me dirigí a ellos:

- De más lejos vienen ustedes, geográfica y culturalmente hablando.

- Nosotros somos europeos. -En un español horroroso, horroroso, con la de tiempo que llevan aquí...-

- Son europeos para lo que les interesa, y en todo caso, españoles no son...

Y con eso me di la vuelta, cogí mi paquetito de canela, pagué y me fui a la playa, a dos metros escasos del puesto. Al momento, un hombre se puso a mi lado y me dijo que había hecho bien en decirles eso, que son unos prepotentes que ni se relacionan con los habitantes locales, etc. Nos presentamos. Resulta que es uno de los arqueólogos que me dijo Catalina que iban a venir. Hablamos un rato de cosas generales y nos despedimos.
Catalina no ha perdido detalle desde su portal. Estoy esperando que llegue a mi casa de un momento a otro a preguntar datos concretos de la entrevista.
 

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