sábado, 18 de febrero de 2012

Mi vecina


No doy un duro por mi permanencia en este pueblo perdido, que, aunque es el mío, no deja por ello de estar menos perdido, menos aislado y menos... animado, en sentido estricto, dado que ánimas, lo que se dice ánimas, por la calle se ven pocas. O ninguna, la mayoría de los días del invierno.
Todas las mañanas me repito que me voy y todos los días me pilla la noche en el mismo sitio.

Alguna tarde, al oscurecer, salgo a dar un paseo siguiendo la línea del acantilado. Cuando vuelvo voy mirando el parpadeo alternativo de las balizas de la bocana del puerto, verde a un lado, rojo al otro. Me fijo en esas señales luminosas y trato de no desviarme; pienso que si un día me caigo nadie se dará cuenta y pasarán años hasta que salga, como resto de naufragio, en alguna playa lejana, quizá en la isla de Alborán, o en Nador... Eso me gustaría, visitar de nuevo Nador.
Fantaseo con un viaje a Marruecos mientras sigo andando por este sendero en el que no me cruzo nunca con nadie. Ni a la ida ni a la vuelta. Y cuando regreso al pueblo, al poco rato, las calles siguen igual de vacías, los dos o tres hombres de siempre siguen en el bar de la plaza y los portales de las casas ya tienen las luces apagadas.

Paso casi siempre a decirle buenas noches a Catalina antes de acostarme, sólo por el gusto de oírme decir algo al cabo del día. Y porque Catalina siempre me da una visión de la vida que, inevitablemente, me ancla a lo real y a la solidez, cosa que me viene de perlas en medio de mi presente de arenas movedizas.
Hoy la cojo a punto de cerrar la puerta, pero se alegra de verme y me dice que pase:
  • ¿Tú no dices siempre que te falta algo?
  • Me falta el aire, sí, porque me asfixio de aburrimiento...
  • No, anda ya, en serio... Que van a venir unos de Alicante a remover las cuevas esas antiguas que dicen que son importantes.
  • Ah, sí, los hipogeos fenicios... ¿Quienes van a venir? ¿a qué...?
  • No sé, pero estaban diciendo en la plaza que ha venido un grupo de... algoooólogos... eso que tú eres...
  • No, yo no soy arqueóloga, Catalina, yo soy...
  • Lo que sea, da igual. La cuestión es que han venido gente nueva al pueblo, que tienen estudios de estas cosas antiguas que te gustan a ti y deberías arreglarte un poco ese pelo y ver si puedes trabajar con ellos o algo...
Me encanta Catalina. Hasta cuando me quiere enredar en estas historias que ella imagina que me vendrán bien; hasta cuando me echa de su casa porque ya es su hora de dormir, y yo me quedo en la puerta un rato, escuchando las olas romper en las piedras con sonido de arrastre y viendo acumularse las algas muertas en la orilla. Más que viendo, imaginando, la verdad, porque la miopía me dificulta la visión nocturna, que ya es dificultosa hasta diurna...
En fin, dice Catalina que viene un grupo de arqueólogos a trabajar en estas excavaciones que siempre están ahora se abren, ahora se cierran, dependiendo de los presupuestos que se manejen en la Delegación de Cultura y de las ganas de los gobernantes del momento.
Me mantendré informada. Bueno, en realidad ella me mantendrá informada de todas formas.

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