jueves, 9 de febrero de 2012

Insomnio



Me llamo Susana. 
Desde hace unos tres años duermo muy mal. Duermo tan mal que algunas veces creo que no duermo en absoluto. Este problema vino poco a poco, como con cautela. De buenas a primeras, empecé a despertarme unos segundos antes de que sonara el despertador -lo cual me satisfacía bastante- luego eran minutos, y cuando se iban amontonando los minutos en cuartos de hora, la situación se empezó a hacer molesta. 
Luego despertaba una hora antes de la prevista para levantarme, y finalmente esa hora se fue incrementando minuto a minuto, hasta hoy...
Paso muchas horas mirando la luna, poco más tengo que hacer. Anoche la miré tanto tiempo que me dolieron los ojos y los hombros, por la tensión.
Trabajo en la frutería del barrio. Me levanto todos los días a las tres y media para ir al Merca a comprar: mi jefe, que al mismo tiempo es mi vecino, está encantado con mis servicios, dice que no tengo rival como frutera. 
No uso despertador, aunque a veces me lo pongo por pura nostalgia, y me paso la noche mirándolo desgranar minutos con esa lentitud tan propia de los relojes de los insomnes. 
Cuando me harto de verlo avanzar, lo apago y le doy la vuelta para no ver la esfera blanca luminosa. Alguna vez, después de dar una cabezada de las que apenas duran cinco minutos, me he despertado sobresaltada por la sensación de que se me pasó la hora de levantarme; pero miro el reloj del móvil y veo que queda mucho tiempo todavía... Entonces doy media vuelta y simulo que me quedo dormida otras dos horas. Pura mentira que me cuento con la cara metida en la almohada. 
Algunas veces, en mi afán de dormir, me di varios cabezazos en la pared esperando un sopor postraumático, pero ya no lo hago: sé que, invariablemente, paso las noches despierta. Mi médico no se lo cree, dice que de ser así ya debería estar muerta. Él asegura que duermo sin darme cuenta, pero si es así... es como si no durmiera.
Lo cierto es que me levanto bien. Dejo preparada cada noche la ropa que me pondré por la mañana y me visto en modo automático; me peino ante el espejo del baño y siempre, sin excepción, lo hago mirando un rostro que no reconozco como mío. Esa cara pálida y eternamente decaída no sabe reír, y yo extraño a la chica alegre que fui.
Hoy me pongo corrector de ojeras, me pinto los labios de un rosa discreto y me sonrío para animarme. Mi vecino -mi jefe- me dijo ayer que me ha pedido cita en un Centro de Salud Mental, y voy esta tarde. Tengo una sensación agridulce con mi jefe y con esta preocupación suya por mi salud.
Anoche miré tanto la luna llena que me duelen los ojos y la nuca.
Me tomo el café con leche y salgo de mi piso, cojo la furgoneta y me voy al Merca; me saludan los guardias al verme, como todos los días, y me gastan bromas más o menos procaces. Yo paso de ellos. Me gusta mi jefe, que siempre me saluda preguntándome cómo he dormido...
Anoche miré la luna demasiado.
Me llamo Susana y no duermo desde hace tres años.

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