Así, más o menos, comienza Ana Karenina, yendo a casa de su hermano y su cuñada para ayudarlos en una situación de crisis familiar e iniciando así, con ese viaje, toda la serie de desdichas que la llevarían, fatalmente, a su trágico fin.
Pienso en mi familia desdichada. O quizá no es eso. Quizá no es desdichada la familia, lo somos cada uno de sus miembros, y cada cual a nuestra peculiar manera de ser desgraciados.
Cometo errores de la manera más absurda: digo algo en un momento inoportuno, o con el tono menos adecuado, o a alguien que tiene un mal momento, y se genera de pronto un dolor general y una molestia persistente. Algo que empieza bien de pronto suena mal y golpea a quien recibe la píldora, se produce un chispazo por rotura de confianza, se lastiman sentimientos, y yo... Yo suelo quedar absolutamente maltrecha.
Por más vueltas que le doy, no aprendo a calibrar mis intervenciones. Y luego me pesan, y me dejan un hueco donde habitualmente tengo el corazón; un hueco formado por pena, culpa, decepción, desesperanza... Y ya no sirve el "si no le hubiera dicho", “si hubiera hecho”, “si...”
De nada sirve mantenerse en el charco de los auto-reproches.
Es mucho mejor aprender. ¿Cuándo aprenderé? O, simplemente ¿aprenderé?
Ahora me suena "vivamente" tu primera frase. Empezaré a leerlo esta semana. Un beso, Oleaje. :)
ResponderEliminarjuasssssss...Vivamente te doy otro beso a ti, preciosa.
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