lunes, 21 de noviembre de 2011

Café, por favor



Recorrió la calle inhóspita en una mañana lluviosa y repleta de ausencias, sólo por encontrar un sitio con un café reconfortante... Al menos esa era la excusa para echarse a andar, pese a la humedad densa del ambiente y contra la pereza que trata de retenerla siempre: un café fuerte, aromático, caliente y servido en una taza bonita. Ella tiene esas manías desde que era muy joven, pequeños vicios de pequeña burguesa, le decían sus compañeros.

Le gusta el ambiente pueblerino de un pequeño café que conoce, en una calle estrecha; han retirado los veladores de la puerta por la lluvia. Pide el café y sale al portal con la taza en las manos, dejando que caigan sobre ella y su café pequeñas gotitas rebotadas de las paredes del bar y de la chapa que cuelga sobre la puerta. No se da cuenta de que pasa el tiempo, ni de que se está empapando gota a gota, ni de que el café se agotó hace rato y queda ahora un poso frío pegado al fondo, ni de que disminuye la gente por la calle estrecha ni de que cierran las tiendas porque es la hora de comer... 
Cuando a un camarero se le cae la bandeja, el estrépito metálico la saca de su sopor. Está tiritando, paga el café y se va.

Piensa ir a visitar a un amigo que vive cerca de alli, pero vaga por las calles sin decidirse y se va alejando de la zona. Deja atrás el centro y sigue andando bajo los plátanos chorreantes de agua en una avenida ancha. Pisa una alfombra de hojas podridas, amarillas y marrones, lleva el pelo mojado, las manos heladas en el fondo de los bolsillos, los pies chapoteando en los calcetines empapados... De repente, la ráfaga dura de un recuerdo le atraviesa el pecho y el dolor le da un golpe tan directo que se queda parada un instante bajo esos árboles goteantes; luego sigue su camino, llorando, pensando que cuando llegue a casa escribirá esa carta que lleva demorando tantos días, que la enviará enseguida. Piensa también que hará su maleta pequeña y que mañana se irá con su perro a Tarifa, y de allí a Tánger en el Ferry y luego a Asilah... 

Sí, eso hará, todo eso y en ese orden. En Asilah estará bien unos días, con Abdel, que siempre se alegra de verla, que siempre la abraza mucho y le hace té muy dulce, y pasearán por la playa desierta bebiendo el aire
Atlántico que tanto le gusta...
Eso hará.

En la casa se seca el pelo y las lágrimas, se cambia de ropa, deja de llorar y mira por la ventana el goteo incansable de los canalones de enfrente. No escribe la carta que lleva tiempo demorando, no prepara la maleta ni piensa en los abrazos de Abdel ni en el té dulce.
Se sienta y acaricia al perro lentamente, lentamente...
Mientras, llueve.

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