jueves, 13 de octubre de 2011

A R., mi gato


Sus pasos afelpados me siguen por la casa.
Se oculta tras la aspidistra o bajo el vuelo de la cortina, siempre alerta.
Me salta al codo cuando paso cerca de la mesa del comedor, y a los bajos del vaquero si está de guardia detrás de la puerta de la cocina, intrépido cazador; yo simulo sobresalto y él se aferra al dobladillo duro del pantalón y mordisquea los tobillos con gozo.

Aúlla desde el brazo del sofá mirando el paso de abejarucos por la ventana, y caza con deliciosa elasticidad el simulacro de pájaro de plumas azules que lanzo al aire.

Mirándolo vivir, quedo plenamente convencida de que la imaginación no es patrimonio exclusivo de la humanidad.


Los gatos son seres exquisitamente independientes. Parecen deidades desdeñosas y altivas casi siempre. A veces se convierten en bolas de pelo caliente que buscan caricias, se restriegan contra las piernas, se meten bajo el brazo, se colocan entre las manos y las páginas del libro que quieres leer, buscando contacto. Pero... pobre de ti si los tocas más de lo que desean, porque entonces se enfadan como ellos saben: dan un manotazo de uñas afiladas y saltan lejos.
Cuando sucede, me quedo pensando hasta dónde se puede invadir la intimidad de un gato. Y hasta dónde se puede ignorar a un gato, cosa que tampoco parecen soportar: cuando me voy por un tiempo, el mío, aunque se queda cuidado por otras persona, a mi regreso me trata con desprecio, pasa por mi lado sin mirarme, sólo le falta silbar o escupir para que me dé cuenta de cuán grande es su orgullo herido por mi abandono.

Vivir con ellos es muy fácil si una es de la misma pasta de los gatos, o lo pretende.
Comprendo bien a mi gato: independiente, solitario, buscador de caricias puntuales, alma libre de felino recluída en un universo ficticio.

Ayer me recordaron que ya es viejo para ser gato y me entró una congoja imprecisa al verlo estirarse al sol, ajeno a todo salvo a almacenar calor entre su pelaje, como si fuera una batería viva. Pareció intuir mi sentimiento: se vino hacia mí y durante un minuto entero lamió la palma de mi mano. Luego volvió al sol.

2 comentarios:

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  2. Parece que ha regresado. Esperará que vaya a saludarla, como si no hubiera pasado nada. La miro y, aunque manifiesta alegría de volver a verme, no parece arrepentirse de haberme dejado aquí, solo, en este espacio que tantas veces he compartido con ella. Se sienta en el sofá y de vez en cuando me dirige una mirada y yo, simplemente, escapo de ella. A veces me paseo, para que me vea, soy consciente de que ella me observa pero yo la ignoro y sigo mi camino hasta otra habitación. Ahora soy yo quien la deja sola por un tiempo. Pasan los días, parece que las costumbres que tanto he añorado se restauran, ella sigue allí en la casa, como si nada hubiera pasado y no parece que vaya a dejarme de nuevo. Me canso de estos juegos, creo que es hora de hacer las paces, quiero de vuelta mi rutina y, mientras me aproximo sigilosamente, ella no parece sorprenderse. Prepara su mano y me recibe con una caricia.

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