sábado, 8 de octubre de 2011

En un papel


Lo conocí hace tiempo, por casualidad. Llegó a mi casa, como a otras vecinas, repartiendo papeles con su teléfono y postulándose para todo tipo de chapuzas domésticas, "y otras", añadía misteriosamente el papel de su presentación. Yo lo cogí y le pregunté si sabía algo de jardines, me dijo que sí, que sabía de todo. Quedé en que lo avisaría para la poda de enero. Luego se me olvidó.
Pero llegado marzo me di cuenta de que aquello era una selva de malas hierbas y cactus. Entonces recordé el papelito. Lo busqué por todos los cajones hasta dar con él en uno de los de la cocina; estaba arrugado y medio escondido entre cajas de cerillas húmedas y abrelatas oxidados. Pero allí estaba, con el teléfono y el nombre: Wilson Guevara.

Lo llamé al día siguiente, pidiéndole ayuda urgente en mi arrebato súbito de desesperación ante lo que parecía una subversión vegetal. Le pedí que se pasara aunque sólo fuera para cortar las palmas más ariscas de las palmeras, que no me dejaban ni pisar la gravilla, con sus miles de espadas apuntándome desde todos los rincones. Me dijo que quizá el viernes podría…Yo le insistí “que total, un momentito”, y me dijo con su peculiar forma de hablar que sacaría un hueco si podía.

Lo cierto es que no lo tomé en serio, en parte por su tono entre dubitativo y cantarín y en parte por mi natural escepticismo a creer que puedo conseguir de buenas a primera lo que necesito. Pero para mi sorpresa, gratísima, cuando a los dos días salí al porche sin más esperanza que calentarme las manos con el tazón de café y el alma con la luz mediterránea, me lo encontré, sierra en mano, cortando ramas y dirigiendo a otro muchacho en la tarea de podar las palmas excéntricas. Nos saludamos y saqué café para los tres.

Ha pasado el tiempo.
Ahí está, arrancando matojos, y nos miramos y nos sonreímos como la primera vez.
Saco la cafetera a la mesa del porche y lo llamo para que no se nos enfríe el café. Se acerca y me besa, trata de coger la taza con los guantes aún puestos, nos reímos...
Ahora tenemos un jardín transitable y compartimos los cafés y el sol de los días, la lumbre de las noches, la incertidumbre permanente de las almas.
Hace tres años que lo conocí.

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