domingo, 16 de octubre de 2011

Desayuno con C. (de crisis por los cuatro costados)


Cuando yo era chica, siempre tenía la sensación de  que el domingo se me iba por el desagüe, perdido entero por el hecho de perder una hora en misa. Era sólo una hora, pero me fastidiaba el día libre, que debería haber sido entero para perderlo con mis propios criterios de pérdida y no con otros, ajenos a mí.
Esta mañana me ha llamado C., una amiga que estuvo ayer de guardia de 24h en una unidad hospitalaria difícil y compleja, demoledora para el ánimo. Me llama al terminar la guardia, machacada, y me dice que viene a desayunar. Se ha llevado hablando cinco horas, pero ha sido imposible entrar a sus sentimientos: ha mantenido cerrado a cal y canto su corazón, por razones de seguridad, entiendo.
Ha barajado todas las teorías sobre la crisis del sistema sanitario, del sistema social en su conjunto, de los sistemas de valores, etc, etc… Pero no ha dejado un solo resquicio abierto para mirar hacia adentro, para mirarse, y cuando yo le señalaba esa falla en su discurso volvía de inmediato a un bucle perverso sobre cómo gestionamos de mal los propios sentimientos, de modo que se perdía entre la hojarasca de sus palabras nuevamente, para evitar la confrontación con su propia gestión vital, con SU manejo de SU vida. 

De alguna forma me recordaba esos estudios sociológicos en que los detalles se pierden en un conjunto cerrado en el que las calles, las personas, los afectos, dejan de tener existencia real en favor de los datos estadísticos. He tenido la impresión de que mi amiga, consciente y voluntariamente, diluye la percepción de su vida en leyes generales. Huye de un caos personal a través de teorías que, siendo absolutamente impersonales, engloban a las personas .
 Ha dejado un halo de despropósito en mi cocina. 
Yo comprendo: es duro sobrevivir en medio de disparatados esquemas, y ella, que es de una inteligencia extraordinaria, se organiza un mundo a medida de lo inalcanzable. Por eso deambula desde hace tiempo por los límites de las cosas. Por fortuna, no cae demasiadas veces en el pantano de irrealidad que bordea permanentemente de manera tan “natural”.
La quiero tanto que me dan ganas de zarandearla. Pero sólo puedo abrazarla y transmitirle que estoy siempre cerca. Cuando se ha ido, lo primero que he hecho es asomarme a una ventana y lanzar un grito, para escuchar algo más humano que el frío análisis lúcido de una situación dolorida.
No he perdido esta mañana de domingo si de algo le sirvió a C. echarme encima su saco de teorías. Pero la experiencia con ella me dice a voces que no le sirve.

1 comentario:

  1. Hay veces que sólo necesitamos ser escuchados o escuchar todas nuestras teorías en voz alta para poderlas procesar mejor. Qué mejor que hacerlo contándoselo a buena amiga, que sepa escuchar. Estoy segura de que a C., a su manera, le sirvió bastante esta mañana de domingo.

    ResponderEliminar

Gracias por dejar tu comentario.