jueves, 9 de junio de 2011

París, 1.973

 

Se llamaba Marie Lafargue, la conocí en París.
Fui allí con dos amigos a pasar cuatro semanas de vacaciones, como viaje de fin de curso, en un dos caballos prestado. Acampamos en el Bois de Boulogne y nos prometíamos un mes glorioso en esa ciudad donde todas las mujeres nos parecían hermosas. Todas. Yo tenía veinte años y era mi primer viaje al extranjero.

A los dos días de llegar conocí a Marie. Estábamos sentados en una terraza de la orilla izquierda, en un alarde despilfarrador, y enfrente estaba ella en un banco mirando al río y fumando. Me fijé en esa mujer porque de vez en cuando se tocaba un pie, como en una caricia breve, hasta que en una de las caricias se quitó el zapato y lo tiró al Sena. Estuve un rato esperando que tirara el otro pero no lo hacía, así que cuando decidimos irnos del café me acerqué a gastarle una mala broma en un mal francés sobre la cojera coyuntural que la llevaría a su destino siguiente. Me miró con ojos tristes en cuyo fondo brilló de repente una chispa de ironía, y en buen español contestó que su destino siguiente no existía pero que llegaría a su casa descalza. Se quitó el otro zapato, me lo alargó con gesto de “por favor, tíralo tú mismo” y yo, sin dejar ya de mirar su mirada, lancé el zapato al río y extendí mis brazos en un ofrecimiento risueño y mudo de transporte. Acepté el peso de Marie que, jugando, se dejó coger por mí y empezamos a andar hacia su casa. A ratos caminando juntos y a ratos llevándola en brazos con la excusa de sus pies descalzos.

Pasé a los dos días por el Bois a recoger mi ropa y a quedar para la vuelta a España el día convenido. Seguí con Marie todo el tiempo que estuve en París, hubiera seguido con ella mi vida entera.
 
Ella tenía cuarenta y tres años y un hijo en algún sitio. Hacía traducciones de textos españoles e italianos, y los papeles se le acumulaban sobre la mesa de trabajo aquellos días en la misma proporción en que se nos acumulaba el amor, y a mí la felicidad no me daba tregua. Viví con ella días calurosos y eternos de eternidad volátil, que empezaban con un desayuno por la tarde y seguían con música y flores de madrugada. Marie era una diosa y yo oficiaba con devoción su culto. Si me miraba yo me derretía, si me tendía una mano yo tenía que hacer esfuerzos por mantener la dignidad y no correr hacia ella a cuatro patas o reptando. La despertaba besando sus párpados y las arruguitas de alrededor de sus ojos y de las comisuras de sus labios. Me volvían loco esas señales de su vida trazadas como a plumilla, delicadas y perennes. A ella no le gustaban; me decía, entre triste y bromista, que eran signos recordatorios de que podría ser mi madre, “pero no lo eres”, contestaba yo sin dejar de besarlas, “las adoro”, y era verdad: me atrapaban esas líneas como si fueran una tela de araña.
Con Marie el tiempo tenía una consistencia extraña y, entre un instante y el siguiente, mi reloj señalaba por lo menos cuatro horas de diferencia. Nos movíamos por los días como en el agua, lentos e ingrávidos; dormir o despertar a cualquier hora, salir a pasear con o sin zapatos, comprar baguettes y margaritas y volver a casa con risas y prisas era normal y eran rituales festivos: la fiesta de un amor inesperado y frágil, decía ella.

Cuando los bocinazos del dos caballos me sacaron de allí fue contra mi voluntad más férrea de permanecer para siempre con ella. Hice el camino de regreso a los infiernos sin pronunciar palabra. Escribí cartas a Marie. Terminé la carrera. Escribí más cartas. Me casé con mi última novia de la Facultad. Escribí más cartas. Pasaban años, pasaban lustros, pasaban décadas. Escribí más cartas. No contestó nunca, pero su recuerdo me abrazaba siempre y a veces lo hacía con tanta fuerza que me ahogaba.

Hoy he recibido una carta remitida por un tal Paul Lafargue, comunicándome en dos líneas la muerte de su madre y adjuntando un sobre cerrado dirigido a mí por Marie.
Su única carta.


1 comentario:

  1. Hay localizaciones inevitables... este amor sólo podía ocurrir en Paris y revivirse, siempre, en cualquier lugar del mundo.
    http://fragmentsdevida.wordpress.com/2013/05/31/amores-cotidianos-78-amores-distantes-cartas-desde-paris/

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