viernes, 20 de mayo de 2011

Días


Pasa el tiempo volando y no me cunde la vida. Por más que lo intento, el paso de las horas me atropella cada día, y cada noche me pregunto cómo no corrí lo suficiente para sacarle algo de partido. Luego pienso que sacar partido es una estupidez carente de sentido, que si saco del día un minuto válido ya me bastaría para...¿Para qué? da igual, en todo caso.
 
He pasado fuera dos semanas, de nuevo en el lugar decadente de mi origen: esto suena solemne, pero no tiene solemnidad alguna, es mera visita a mi pueblo y a mi casa familiar. Esa casa de armarios con naftalina y cerraduras desvencijadas; esa del jardín decrépito donde las palmeras caen al suelo devoradas desde dentro por un escarabajo egipcio llamado el picudo rojo; esa que me trae evocaciones de una vida familiar ya desaparecida en sus formas originales...
En algún repentino ataque de nostalgia he pensado quedarme a vivir allí largas temporadas, tratar de recuperar un cierto orden en medio de los matorrales, dedicar algo de interés al crecimiento de las buganvillas y a que no termine de morirse el jazminero. Creo que podría habituarme a un tiempo lento sin más relojes que el ritmo de las plantas y del oleaje cercano. No sé, tengo que pensar en eso algún día.
 
Entretanto pasan cosas tan interesantes como ese movimiento social del 15 M, fascinante. Mañana pasaré por la concentración de la plaza para integrarme, o para impregnarme, o para saber de primera mano en qué está la iniciativa: otra primavera movida. Parece algo sensato y romántico, entusiasta, energético...Sorpresas necesarias.
 
Leo:
"En los pueblos como aquel se vive permanentemente a la espera de algo: de que alguien llegue o se vaya; de que nazca una criatura o alguien fallezca. La aldea adormecida aguardaba siempre un suceso, sólo después se ponía en movimiento."
La casa de la mezqauita. Kader Abdolah.
 
Parece que el autor conozca mi pueblo mejor que yo.

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