martes, 26 de abril de 2011

Relojes blandos.

He tenido una larga visita de unos amigos. Ha sido agradable tenerlos y lo ha sido, igualmente, despedirlos, como suele suceder con todas las visitas.
Nunca me doy cuenta de la importancia que tienen para mí mi tiempo de soledad, mis manías de solitaria, mis espacios despejados...Comer sin horas, callar o hablar, leer sin interrupciones, poner la cafetera sin prisa... son auténticos lujos cotidianos.
Estos días tan llenos de gente, con "novedades" en forma de conversaciones, salidas, viajes y compañía permanente, me dejan ahora un espacio vacío donde noto hasta el eco.
Parece que toda costumbre, por breve que sea, crea adicción; y aunque resulte algo incómoda.

Una carta de Y. entretanto, al cabo de tres meses, me hace retornar a días luminosos; me lleva a esperar un contacto más asiduo, algo normalizado. Todo en vano, lo sé. Esperar o desesperar es inútil.



















Llegar hasta aquí minuto a minuto
escuchando el transcurso tenaz de tu ausencia
en el peso insensible del tiempo.

Como esos relojes se ablanda el recuerdo
se adapta a otras formas
se agarra con fuerza a presencias extrañas.

Pero entiéndeme: no voy a olvidarte. 
Y no es que no quiera yo,
es que mi cuerpo no puede.

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