sábado, 13 de julio de 2013

Partitura de una tarde de verano

Unos niños juegan a las canicas bajo la higuera, cerca de mi ventana. Clac, clac, clac. Negra, negra, redonda, corcheas… 
Voy llenando el papel pautado con signos musicales: claves, notas, espacios, silencios.
El sonido de las bolas chocando de manera aleatoria me dicta una partitura extraña que yo voy recogiendo con desgana, como en un juego absurdo. El lápiz en la mano izquierda, la taza de té en la derecha, la cabeza vacía, o llena de pensamientos erráticos que nada tienen que ver con mi actividad musical del momento, esa tarea autoimpuesta con horarios rígidos para no caer definitivamente en el tedio cotidiano.
Clac, clac, clac… Juego a escribir mientras se me enfría el té sin soltarlo de la mano.
La voz de mi abuela entra en mi espacio silencioso sin alterarlo. Es habitual en ella hacer comentarios sobre cualquier cosa sin venir a cuento, comentarios dichos para nadie, sólo por decir algo, para que, de vez en cuando, en la habitación y en el aburrimiento permanente de nuestra vida, se oiga una voz y se formen palabras. En esta ocasión dice algo sobre los niños de las canicas y sobre la baja proporción de "oriundos" que vamos quedando respecto a los extranjeros que, a su entender, crecen como la espuma. “Cada vez hay menos hijos del pueblo”, dice. Ella usa la palabra pueblo con un estricto sentido físico, como el lugar de su nacimiento, donde transcurre su vida y donde espera morir (cuando llegue su hora, aclara siempre). Dice eso de los pocos hijos del pueblo y yo contesto desde la mesa refunfuñando, como siempre, entonces me pide que lo compruebe: “ven, asómate y verás”.
Suelto lápiz y taza, rozo al levantarme los papeles, que van planeando al suelo con sus pentagramas casi intactos, me acerco a la ventana: son cinco niños pequeños, de unos cinco o seis años, tres de ellos "no del pueblo": uno de tipo magrebí, otro latinoamericano y el otro subsahariano. Les adjudiqué inmediatamente nacionalidad marroquí, ecuatoriana y senegalesa respectivamente, por razones de estadística pura: son los grupos más numerosos de inmigrantes en el pueblo. Los otros dos niños también son morenos; no es casualidad, en nuestro pueblo de blancos casi todos somos morenos.
Vuelvo a los pentagramas, prestando atención ahora a la entonación de las voces que siguen el movimiento de las canicas, que disputan una jugada, que pactan o deshacen un equipo. Voy anotando en signos musicales el jaleo alegre de las diferentes tiradas de bola, la exclamación triste por la pérdida de una, el cabreo que produce la rotura de una bola de barro cuando es impactada por una de vidrio o de piedra.
Dejo que mi mano izquierda ande a su antojo por encima del papel rayado hasta que las líneas que sujetan la escritura de la música parecen cables de la luz llenos de gorriones. Leo la partitura y escucho en mi interior una estrofa de viento y percusión con algo de cuerdas (muy poco) y decido que por hoy he cumplido mi cometido.
Salgo a la calle con mi bolsa de canicas y pregunto a los niños que juegan a la sombra de la higuera si podría unirme a su partida. 

(Esta tarde me llamó una persona que quiero mucho. 
Aunque sabe que canto fatal, quiere que le cante algo, algún día... 
Mejor le regalo esta ingenua partitura. 
Para ti, Atxia.)

8 comentarios:

  1. Hermoso relato en forma de partitura...
    Un abrazo en la noche.

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    1. Gracias, Rafael, y otro abrazo para ti en esta otra noche.

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  2. Parafraseando a Camarón de la Isla, "rodando voy, rodando vengo..."
    Las canicas no tiene nacionalidad (tampoco las partituras), pero tienen sus propios colores y, sobre todo, una memoria de golpes y cicatrices que las hacen únicas.
    En cuanto a los niños, son ellos los que hacen al pueblo, y no al revés... "rodando voy, rodando vengo..."

    Salud!

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    1. Completamente de acuerdo, Loam: los niños hacen al pueblo, y los padres de esos niños y los hijos de esos niños si los tienen...
      Supongo que todos guardamos con cariño nuestra bolsa de canicas, o al menos su recuerdo.

      "...por el camino yo me entretengo..." qué grande, Camarón!

      Salud!

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  3. Qué maravilla, hermana...
    "...hasta que las líneas que sujetan la escritura de la música parecen cables de la luz llenos de gorriones."
    Solo un alma de poeta puede escribir algo así, mal que lo niegues.
    Dile a la abuela que no se preocupe, que esos niños ya son del pueblo y que no hay nada más hermoso que una casa en la que quepa todo el mundo.
    Hay que quererte.
    Un abrazo lejano pero muy fuerte.

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    1. La abuela ya sabe que la casa es mucho más hermosa llena de gente distinta e igual.

      Un montón de besos!

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  4. Qué bonita partitura, qué bella melodía. Es uno de los mejores regalos que nadie podría haberme hecho. Porque no hay sonido más hermoso que el de los sentimientos y recuerdos compartidos, el de las palabras y los silencios detenidos en un pentagrama como este. Gracias, cielo.

    Bihotzez

    Besos y abrazos.


    Nota:
    No cantas fatal, digamos que tienes… una voz personal :-) Y una de las voces interiores más hermosas que he conocido. Aun así, algún día…

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